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Cristina Parra Aguirre

Una de las causas de la descomposición del tejido social es el debilitamiento de la familia, del núcleo donde todos los individuos comenzamos nuestra existencia. Hay muchas fuerzas externas que pugnan por su destrucción; no es ficción es triste realidad.

Se promueve la promiscuidad, la hipersexualización de la infancia y adolescencia, se mofan de quienes pretenden vivir los valores, se exalta el libertinaje, se festeja a quien rompe las reglas, se presentan como héroes quienes engañan, violentan, corrompen, pervierten, etc.

¿Cuál es el resultado de vivir según este modelo de vida? Divorcios, depresión, suicidios, soledad, padres adolescentes e irresponsables, contagio de enfermedades de transmisión sexual (ETS), abandono emocional, bajo rendimiento o deserción escolar y laboral, crisis económica, vicios, etc.

¿Qué hacer entonces? Volver a la raíz, al diseño original, a lo natural, a asumir cada quien el rol que le corresponde en el matrimonio, la familia y la sociedad para que el desarrollo pueda ser armónico, sano, justo, en paz.

Dice la Encíclica Familiaris Consortio que la familia es una íntima comunidad de vida y amor, donde se custodia, revela y comunica el amor. Es importante que la familia comience sabiendo por qué y dónde va, que asuma su responsabilidad para con ellos mismos, con la sociedad, con la Iglesia.  Que los jóvenes se conozcan lo suficiente, se enamoren, se preparen tanto en lo humano, lo material y lo espiritual para estar listos para asumir un compromiso libre, por amor para una unión indisoluble con el Sacramento del Matrimonio.

Que el varón sea cabeza de su familia y junto con la esposa, ayuda idónea, compañera, amiga y confidente, formen una familia donde brinden a los hijos todo aquello que tienen derecho a recibir de sus padres:

a) en lo material: Casa, vestido y sustento.

b) en lo afectivo/emocional: cariño, atención, apego, seguridad, estabilidad, seguridad.

c) en lo intelectual: oportunidades de estudio y desarrollo también en lo cultural, deportivo, social; pero también que aprendan a poner límites, reglas claras, tolerancia a la frustración, esfuerzo.

d) en lo espiritual: una vivencia de fe en el hogar, donde se enseñe, -sobre todo con el testimonio- la oración, la participación en los sacramentos, la práctica de los valores, principios, las obras de misericordia corporales y espirituales.             Mi deseo es que, en tu familia, cada persona se sepa y sienta aceptado, amado, querido, apoyado y que la presencia de Dios entre ustedes, sea factor de unidad, amor, comprensión y respeto. El Magisterio de la Iglesia posee una gran riqueza que puedes aprovechar para aprender cómo vivir estos valores y principios.

@arquimedios_gdl

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