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No es unión de dos egoísmos

Hugo Gaucín

La gracia del Amor fiel

La institución matrimonial tiene un valor primordial en la vida de los pueblos, es base de toda sociedad. El ser humano en su naturaleza autoconsciente, libre y comunitaria, ha formulado a lo largo de la historia códigos que salvaguardan la integridad y finalidad del matrimonio y, desde lo más profundo espiritual de su ser, le ha querido entender en términos cargados de connotados sagrados.

Para el pueblo de Israel la institución matrimonial se remonta a la par de la creación del ser humano, y es evidentemente anterior a la situación de pecado; es decir, el matrimonio es genuinamente original al proyecto de Dios. Nosotros como cristianos confesamos que Jesús, el Señor, instituyó los Sacramentos y su presencia permanece en ellos como El Sacramento; Dios ha establecido en la naturaleza humana el matrimonio como relación especial que une al hombre y la mujer con Él, y nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, lo ha elevado como sacramento con su bendición y gracia cuando lo ha purificado de todo contenido meramente humano y sentenciado su definición última: «Ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre» (Mt 19, 6)

La sentencia que el Señor Jesús da a sus discípulos deja claro dónde, y con quién, el ser humano se realiza según el plan de Dios, no es posible vivir los sacramentos fuera de Cristo y la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo: «Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí» (Jn 15,4) El sacramento del Matrimonio vive y da fruto sólo en Cristo.

La gracia específica del sacramento del Matrimonio es el amor fiel. Impera la idea en nuestra mente de que los esposos intercambian su amor y condicionan este a la fidelidad, así se cumpliría la gracia específica del matrimonio, pero olvidamos que la gracia es un don de Dios, el hombre no construye el amor fiel del matrimonio, nuestro amor está lastimado por el pecado y ni siquiera podemos ser fieles a nosotros para cuidar nuestra integridad y dignidad. Si pensamos que la gracia del amor fiel nos toca a nosotros, ya hemos perdido lo esencial del matrimonio.

El amor y fidelidad que están llamados los esposos a darse no es el propio, es el verdadero amor y fidelidad del Único que es Amor en esencia, fiel a Sí y a toda su creación. El amor que revela Cristo, Hijo del Padre, ilumina de nuevo las relaciones entre los seres humanos heridas por las consecuencias del pecado: hostilidad, sometimiento, abuso, etc.

El Evangelio da cuenta del paso a la plenitud que solamente podía hacer el Señor Jesús de la Ley Mosaica «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mc 12, 31) a «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros como yo os he amado» (Jn 13, 34) ¿Cómo nos amó?, hasta el extremo, hasta la muerte.

Siendo así, el matrimonio cristiano no puede condicionarse a cláusulas de reciprocidad, la relación matrimonial cristiana no es posible entenderle en términos de conveniencia, incluso en su forma más “legitima”, humanamente hablando, amar para recibir amor a cambio. El amor cristiano es una donación completa que no espera nada a cambio: «como yo os he amado» nos enseña el Señor; deja a la libertad humana generar convicciones y no conveniencias. Que no sea reciproco no nos debe asustar, la parte que no cumple su misión de manifestar a su pareja cómo es que Dios le ama, ya ha declarado rebeldía a Dios. La Voluntad de Dios continua su cause como un río apacible, la rebeldía de quien quiere serle contrario acaba con la muerte.

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