Entonces Él la llama por su nombre y, a su vez, se deja llamar con la palabra más familiar de «¡Rabuní!» –y no con la más formal de «Rabbí»– con la que en su vida terrena era normalmente conocido.
"En la Iglesia tenemos urgente necesidad de una comunicación que inflame los corazones, sea bálsamo en las heridas e ilumine el camino de nuestros hermanos y hermanas"