Hermanas y hermanos en el Señor:
En el proceso de enseñanza que Jesús desarrolló con sus discípulos, podemos –ahora– resaltar tres características.
- Jesús quiere a sus discípulos en una formación permanente, es decir, es un proceso continuo de buscar ser mejores.
No podemos conformarnos con haber sido bautizados, con sólo ir a Misa los domingos, sino que tenemos que vivir en una continua lucha por superarnos, por ser excelentes hijos de Dios y hermanos unos de otros. De esta forma podemos entender la corrección fraterna, que no busca sino el crecimiento del bautizado en su vida cristiana. Tristemente, hemos hecho de la corrección fraterna un proceso de difamación, de chisme, de hacer que todo mundo sepa los defectos de los demás, pero sin buscar el bien y la corrección del otro. Si nos interesa el bien del hermano, vayamos a tenderle la mano para que se supere. Para la corrección fraterna, el Señor nos propone los medios para lograrla: el sacramento de la Reconciliación, el consejo y la dirección espiritual (hay personas prudentes, sabias y experimentadas que nos pueden orientar cuando no sabemos qué hacer), y la oración unos por otros. Jesús nos quiere en constante desarrollo hacia la perfección. - El Señor nos quiere en comunidad.
No podemos vivir aislados, encerrados en nosotros mismos, buscando lo que más conviene individualmente, sino que debemos buscar la fraternidad, ser verdaderamente hermanos, reconocernos como tales, interesarnos unos por otros, tender nuestra mano al que está pasando alguna dificultad.
Jesús quiere a sus discípulos congregados, como una familia. Pensemos lo que nos puede ofrecer la Parroquia, comunidad pequeña con la posibilidad de convivir estrechamente los que tenemos la misma fe en Jesucristo.
La Parroquia nos da la posibilidad de hacer muchas cosas en bien de los demás (enfermos, ancianos, adolescentes, jóvenes desorientados, los que ya perdieron o están debilitados en su fe), dirigidas a acrecentar la fraternidad entre nosotros.
Dios no nos quiere salvar solos, sino en el seno de una familia, que es la Iglesia.
Nos podemos preguntar, entonces, acerca de la cercanía y participación que tenemos en la comunidad parroquial, qué tanto nos identificamos y participamos en las actividades parroquiales.
- Jesús nos garantiza que cuando estemos –dos o más– reunidos en su nombre, Él está vivo y presente entre nosotros. Esta realidad es algo muy profundo, muy consolador y llena de esperanza. Su presencia se manifiesta en el seno de su comunidad, de su Iglesia.
Esta verdad nos hace entender que no vamos por la vida abandonados a nuestra suerte, buscando cada quien cómo se las arregla, sino acompañados por Él.
En la asamblea Eucarística tenemos la seguridad de que Cristo se hace presente con su Palabra y en el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, así como en la asamblea de sus hermanos.
El Señor resucitado se hace presente, real y verdaderamente. Conoce a cada uno por su nombre, nos ama individualmente y nos salva, cumpliendo su promesa de estar con nosotros todos los días, hasta que se acabe el mundo.
No nos conformemos con la mediocridad, busquemos ser mejores cristianos cada día, en la comunidad de la Iglesia, disfrutando en la certeza de que Jesús está vivo y presente en nuestras asambleas.
Yo les bendigo en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo