Pbro. Alonso Chávez Ramírez*
El año 2010 los mexicanos conmemoramos dos acontecimientos de gran relieve histórico: el bicentenario del inicio de la lucha activa por ser independientes de España y el centenario del inicio de la resistencia al régimen porfirista, que a la postre derivó en una guerra civil y, cómo no, en un orden social renovado por la Constitución de 1917. Pasado ese momento, y con los años acumulándose, la pregunta obligada es: ¿Dónde comienza y dónde termina un movimiento social trascendente?

¿Por México, por España… por quién?
A principios del siglo XIX Europa se veía envuelta en una sangrienta guerra, en parte provocada por la pretensión de Napoleón Bonaparte, deseoso de unificar bajo su cetro a las demás naciones de ese continente. Sus tropas invadieron la península ibérica de manera furtiva y a poco sus agentes arrancaron a los pusilánimes Carlos IV y a su heredero natural, Fernando VII, el trono español, a favor de José Bonaparte, hermano del caudillo corso, el cual quedó, de facto, como cabeza de los dominios sometidos a la Corona española en diversas partes del mundo.
Los criollos y peninsulares residentes en la América septentrional española, repudiaron al usurpador, considerándolo un brazo de Francia. En tal tesitura se gestaron rápidamente movimientos de resistencia, Juntas Patrióticas y grupos insurgentes, a uno de los cuáles pertenecía el párroco del pueblo de Dolores, Miguel Hidalgo, a quien no le quedó más remedio que acaudillar un movimiento que pedía, ante todo, que a semejanza de lo acaecido en el reino de Portugal, de España viniera al Nuevo Mundo el mismo Fernando VII o algún otro príncipe de la dinastía legítima, en tanto se resolviera la independencia de la Península.
Es posible afirmar, sin demérito del hecho, que durante el grito de Dolores, don Miguel Hidalgo incita a la población a revelarse en contra de la invasión francesa y de todos los acontecimientos que estaban sucediendo en España, a luchar por la restauración en el trono a Fernando VII, y a repudiar a los ‘gachupines’, esto es, a los peninsulares adictos a José I, y no a los españoles, que en ese momento lo eran todos.
Aquí en México existía gran rivalidad entre los criollos y los peninsulares, pues siendo todos españoles, estos últimos les disputaban a aquéllos los mejores cargos en la administración pública; los criollos, unidos con el resto de la población: indios, mestizos y castas, reivindicaron los derechos negados por la administración borbónica y vieron en ese movimiento, la oportunidad de liberarse del yugo español, al igual que hacía varios años lo habían hecho las 13 colonias del norte del imperio Inglés.
En esencia este movimiento sin ser su fin, se convierte en un movimiento, sentido en toda la Nueva España “independentista”, donde todos los caudillos que lo encabezaron, empezaron a aportar ideas de libertad, de igualdad y de aprender a autogobernarse, cosa que hasta la fecha no se ha logrado. En 1821, España reconoce la independencia de la Nueva España, quien toma el nombre como nación de: Estados Unidos Mexicanos.

Décadas convulsas
Tal vez éste haya sido el primer error de los primeros forjadores de esta nación, ya que el nombre de México, fue temido y odiado por muchos pueblos indígenas que estuvieron en pugna y sometidos a la esclavitud, con el imperio Azteca, además, siendo la Nueva España un enorme territorio en él se conjuntaban muchos pueblos y naciones indígenas, que no sentían ninguna empatía ni correlación con los Aztecas, lo único que los unió durante 3 siglos de dominación española, fue la esclavitud, explotación, y la religión cristiana impuesta por el conquistador.
Después de convertirse en un país independiente, las guerras intestinas sostenidas entre criollos, españoles y mestizos, perjudicó demasiado al enorme territorio de la nueva nación, por el norte la intervención del ya imperio económico y bélico estadounidense, arrebata en una guerra desigual más de la mitad del territorio mexicano e interviene para que se fraccionara más el territorio de México independiente y nacieran los pequeños países de Centro América y de esa manera los Estados Unidos de América poder tener injerencia y dominio en esos nuevos países.
Sí hubo caudillos que en su momento, legislaron leyes a favor de la clase indígena al prohibir la esclavitud, pero lo que quiero hacer notar del movimiento de independencia, es que nunca nació como sueño original para lograr la Independencia de la Nueva España, convertirla en un país soberano e independiente, fuera éste república o monarquía.
El resto del siglo XIX, México se vio involucrado en guerras internas entre los llamados liberales y conservadores, una intervención de Francia, sugerida por el partido conservador mexicano, el cual pretendió imponer al nuevo país un emperador europeo que gobernara sobre los mexicanos y todos los pueblos indígenas que componen este país. Gracias a personajes como Benito Juárez, que en ningún momento cedió ante las presiones internacionales y sostuvo una guerra hasta lograr el fusilamiento de Maximiliano de Habsburgo, el pretendido emperador de México.
Posteriormente se dieron luchas por el poder, entre los caudillos de esas guerras, Benito Juárez, tratándose de eternizar presidente del país obteniendo triunfos electorales contra sus rivales, Sebastián Lerdo de Tejada y Porfirio Díaz, quienes en varias ocasiones se presentaron a la contienda electoral resultando siempre triunfador Juárez, y ocasionando malestar sobre todo a Díaz quien fue caudillo y héroe contra la intervención francesa.
Fue hasta el 5 de Mayo de 1877, que Porfirio Díaz, jura como presidente del país, y se puede decir que se logra una relativa calma social durante un largo periodo, México es un país que se encontraba en un desarrollo económico relativo al Medioevo, donde la producción de la tierra era la principal fuente de la riqueza nacional, Europa y Estados Unidos ya habían superado el cambio en la producción por la Revolución Industrial, la máquina de vapor, la locomotora y los buques de fierro.
En los 33 años que duró Porfirio Díaz en la Presidencia del país, no todo su actuar fue negativo, se puede considerar que como presidente tuvo la visión de abrir el país a compañías extranjeras para poder industrializar y modernizarlo en todos los medios existentes en esa época, pero en su afán de ‘europeizar’ al país, principalmente al Distrito Federal, los caciques y dueños de las tierras seguían explotando al campesino y al indígena.

Las dependencias de hoy
El próximo año 2010, a los mexicanos nos están induciendo los medios de comunicación, manipulados por el sistema, a celebrar 200 años de independencia. Pero la pregunta es: ¿realmente tendremos algo que celebrar o sólo traer al presente la memoria de un hecho del pasado? Libre realmente México como país nunca lo ha sido, desde su inicio como tal, siempre hemos vivido sometidos a los intereses de los Estados Unidos de América. Hoy en la actualidad con la globalización y el Sistema Económico Neoliberal, México vive sometido aún con mayor razón a las grandes presiones de los intereses de los grandes corporativos internacionales, que poco a poco se han ido adueñando del país nuevamente, si territorialmente no dominan, sí a través de los intereses económicos. Hoy la Banca ha dejado de ser nacional, para responder a los intereses de sus matrices que se encuentran en cualquier parte del mundo menos en México, lo mismo sucede con las compañías de comunicación, automóviles, etcétera.
Independencia política tampoco tenemos, ya que nuestros gobernantes, lejos de responder a los intereses del pueblo, viven sometidos a los intereses y caprichos de los grandes corporativos y empresarios que son quienes realmente han estado gobernando al país en los últimos años.
Ya es un hecho consumado la independencia de México. Pero aún forman parte de nuestra historia otras cadenas como las drogas, la ignorancia, el analfabetismo, la corrupción pública, la falta de ética personal, la violencia, la pobreza excesiva, la falta de oportunidades, en fin, un cúmulo de factores sociales lacerantes que desde hace mucho tiempo se han convertido en elementos de ignominia que ofenden, disminuyen, deterioran, e incluso cancelan la posibilidad de ejercer a plenitud nuestros derechos, de vivir como personas libres.
Ahora toca a cada uno de nosotros hacer lo propio para que las ataduras que dificultan realizar con éxito nuestro proyecto de vida y de nación, se rompan y sean sepultadas, quedando sólo en nuestra conciencia la convicción de ser nosotros mismos y el compromiso compartido de llegar a ser una nación fuerte y poderosa. Se requerirá también que las instituciones que estructuran nuestra sociedad: gobierno e instituciones educativas, formen una red intrincada de relaciones sociales conducentes al bien común, para favorecer a todos, de manera especial al necesitado y al fin inmediato que es el éxito personal, profesional y al logro del fin último de la humanidad que consiste en la conquista de la felicidad.

*Integrante de la sección diocesana de Pastoral de Educación y Cultura, de la Arquidiócesis de Guadalajara; “La Iglesia en la Independencia y la Revolución”, Revista Querens No. 30, Año X, Septiembre-Diciembre 2009.