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PBRO. JOSÉ MARCOS CASTELLÓN PÉREZ

El diagnóstico, a bote pronto, en cuestión de religión es que en el momento presente hay un déficit de fe. No se trata de un ateísmo académico o científico, coherente con los postulados lógicos y racionales de la modernidad o de la filosofía de los maestros de la sospecha; tampoco se trata de un ateísmo militante, que pretende oponerse a Dios como enemigo del hombre, pues ni siquiera los que quisieran ser comunistas son públicamente ateos.

No es un ateísmo agresivo, sino de decepción frente a tantos problemas, violencia, sinsentido, pérdida de esperanza… Más que ateísmo es indiferencia frente a un Dios que ya nada dice a la existencia cotidiana.

Algunos fenómenos nos hacen pensar en que se trata de una crisis de fe o indiferencia religiosa: La disminución en la práctica sacramental, especialmente en la Misa dominical, acentuada después de la pandemia de covid19, la práctica cada vez menor de la Confesión, la baja alarmante de celebraciones de Matrimonio por la Iglesia. Existe hoy una búsqueda de salvación intrahistórica y hay un cierto enfado ante la propuesta de la vida más allá de la muerte o de postergar la felicidad, entendida más como placer, al más allá. La constante desatención al Magisterio pues hay pensamientos paralelos, incluso dentro de la misma jerarquía que desde fuera hacen ver la debilidad de la enseñanza cristiana.
La decreciente influencia de la moral cristiana en el campo sexual, social y de la biotecnología. La exclusión de la Iglesia de los ambientes de influencia social: educación, arte, política, cultura. El surgimiento de sectas más afectivas con gran oposición a las Iglesias históricas o institucionales.
Resurgimiento de movimientos o sentimientos religiosos gnóstico o pseudocristianos, como la “new age”, sin referencias a ninguna institución religiosa… y un larguísimo etcétera.

El imaginario cristiano, que había marcado el ritmo de la cultura de las sociedades occidentales, se ha venido desfigurando y diluido en algunas fiestas o tradiciones que, siendo de origen cristiano, adquieren nuevas equivalencias, como el sentido que hoy se da a la Navidad o a la Pascua.

El imaginario es un arquetipo antropológico social, es decir, un mecanismo comunitario que permite a una sociedad tener su propia identidad e integración, por medio de mecanismos, muchas veces inconscientes, de representaciones colectivas dotadas de un gran poder de atracción y coacción porque generan una particular forma de ver el mundo y enfrentar las situaciones de la vida, es decir, una cosmovisión.
A su vez el imaginario genera paradigmas culturales, se manifiesta en el folclor y permite un marco ético y de valores. El imaginario social, permite que se tenga en común un conjunto de valores, principios filosóficos, teológicos y éticos que dan sentido y orientación a una sociedad.
Esta indiferencia religiosa del Occidente, tiene también otros rostros más sutiles, manifestación clara de que estamos pasando por un momento crítico en torno a la religión o, mejor dicho, de sentido trascendente de la vida: los fundamentalismos y el fanatismo sectario que llevan irremediablemente a la violencia.

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