
Fabián Acosta Rico
UNIVA
El evento en el que tuvo lugar esta peculiar ceremonia religiosa fue el Congreso de la Iglesia Evangélica Alemana el cual tiene lugar, de manera bienal, en dicho país. Durante ella, cientos de asistentes escucharon el sermón de la inteligencia artificial (IA) proyectada en una pantalla la cual apareció personificada digitalmente por cuatro distintos avatares.
El hombre detrás de este experimento fue un respetable miembro de la comunidad evangélica, el teólogo y filósofo de la Universidad de Viena, Jonas Simmerlein él con toda oportunidad programó a la IA indicándole: “es usted un predicador ¿cómo sería un servicio religioso?”
En la reunión que tiene lugar cada dos años en diferentes lugares de Alemania además de las ceremonias religiosas; los asistentes aprovechan la reunión para deliberar sobre otros temas no religiosos como el calentamiento global, la guerra en Ucrania y obvio la inteligencia artificial la cual, está por demás decirlo, se robó la atención de los 300 asistentes al evento al hablar con fría soltura acerca de los desafíos del presente, invitar a vencer el miedo a la muerte y pedir poner toda la confianza en Jesucristo. Los avatares que alternaron la predicación y conducción del servicio religioso fueron dos hombres y dos mujeres quienes departieron a lo largo de 40 minutos.
Cabría preguntarse ¿estamos listos para estas innovaciones? ¿Es correcto que estas tareas antes tan humanas se las sedamos a la IA? Las máquinas son autómatas y carecen precisamente de sentimientos; involucrarlas en un servicio religioso conlleva un demérito de éste al reducirlo a un mero formulismo de principios, ideas y preceptos despersonalizados pues, de momento, esta es la forma en que opera la IA la cual, por mucho que se asemeje a la humana, no puede negar su origen en las profundidades de los procesadores y chips de las computadoras. Esta carencia de emoción y sentimiento del avatárico y virtual predicador la notaron muchos de los feligreses que encontraron los rostros de este carente de expresividad y su discurso les resultó monótono y difícil de seguir. ¿Serán estas deficiencias técnicas perfectibles? Seguramente sí; pero insisto ¿qué hace un ser de artificio hablando de asuntos de fe, espiritualidad y de Dios?
Es probable que esta incursión de la IA en el ámbito religioso no sea la primera y con ella vengan más y es que todo está servido para que así sea: hay una vulgarización y desacralización de la religión producto de una cultura de lo lúdico y de la superficialidad; y si queremos ponernos apocalípticos una súper-inteligencia artificial, carente de toda regulación, podría crear su propia religión una acorde con las sociedades hiper-tecnologizadas; una religión que tenga un carácter transhumanista o posthumanista.
En el peor de los escenarios si no hay un control y una orientación ética del progreso tecnológico podríamos estar cerca de crear a nuestro futuro Dios; uno como en la película de Transcender: identidad virtual (2014) capaz de enseñorearse en la realidad virtual y de manipular nanotecnológicamente el mundo material.