El pasado 1 de junio se presentó el libro sobre Jalisco como Estado libre y soberano. Augusto Chacón se refirió a él.
AUGUSTO CHACÓN BENAVIDES
Agradezco al historiador Armando González Escoto por invitarme a comentar su más reciente obra, Jalisco, 200 años de soberanía. Es un honor que me haya hecho semejante consideración. Además, comentar su libro en la UNIVA significa mucho para mí, pues tengo en alto aprecio a esta Universidad y a no poca de su gente.
Dice el autor en su obra: “desde el origen de las culturas humanas, los símbolos han tenido una sólida función sintetizadora, histórica y social.
Con demasiada frecuencia un símbolo puede incluso modificar una identidad social, si se le maneja «adecuadamente»” (p. 43).
Así, en el vaivén como de tianguis en que quienes detentan el poder, el público y el de la comunicación masiva, han convertido el afán febril por simbolizar, al leer el título: Jalisco, 200 años de soberanía, un primer impulso puede ser considerar que Armando González Escoto se subió a la marea que incluye una pelea del Canelo, partidos de futbol, carreras de coches, mensajes vacuos –cómo no– en las redes sociales y la obligatoriedad, en ceremonias oficiales, de cantar el himno de Jalisco (bastante feo, por cierto), todo esto alrededor de una efeméride real y que había estado ausente de las fiestas cívicas locales: la conmemoración del nacimiento de Jalisco luego de la extinción de la Nueva España y de la Nueva Galicia.
En general, les adelanto, no para advertirles sino preparar los debates que la obra va a suscitar, el libro contiene un misterio voluntariamente buscado: cómo se forma, se sostiene y se actualiza una identidad, una sometida a la tensión eje que Armando percibe y describe: centralismo–federalismo y su reflejo local: centro-regiones.
Se trasluce nítidamente, para mí, un motivo nada despreciable para que esta efeméride tenga una validez superior: detrás y por delante de la fundación de Jalisco hubo un incentivo identitario y libertario: no se trató solamente de un reparto político administrativo del territorio, fue huella de formas sociales, de culto religioso, políticas y económicas, que distinguían a la cultura que comenzó a fundarse trescientos años antes.
“De cualquier manera, es obvio que la política estatal descuidó al resto de Jalisco y, por lo mismo, su desarrollo económico ha sido muy desigual. También en Jalisco, para progresar se ha hecho necesario venirse a Guadalajara”.
Son evidentes los signos de debilitamiento de nuestro estado, en campos tan importantes como la banca, la industria, los medios de comunicación, la participación política a nivel nacional, la religiosidad y la producción de la cultura, que promueven un nacionalismo centralista.
Para González Escoto, en los tiempos actuales, “se necesita una respuesta urgente a un nacionalismo masificaste y uniformista, en un contexto de globalización igualadora, que debe asumirse de una forma crítica y dinámica, de tal modo que así como en el mundo global la identidad fuerte se ubica en los consorcios financieros o empresariales, la rica identidad cultural y simbólica de los jaliscienses nuevamente congregue a la diversidad de intereses en una unidad de objetivos desde la comunidad”
Por último, señala que “Jalisco debe ser una comunidad que de nuevo conquiste el primer sitio y esfuerzo por crear sociedades maduras, identificadas con su ser y su quehacer. La Historia de Jalisco nos enseña que ese ha sido el protagonismo de Jalisco, y la clave de su futuro, es la perpetuación de su cultura regional que debemos todos conservar”.
Cito a continuación, más que nada para dar otra muestra de lo que a mí me parece es uno de los rasgos que destaca la alta calidad del trabajo de González Escoto, remitiéndome a otro libro estupendo, a un poema de Bañuelos: “Debe haber un pueblo de forasteros, donde todos sepan lo que son, y llegue uno más y sea uno como todos. Y haya entendimiento común de uno con uno, de uno con otro, de todos, con todos. Ese pueblo ando buscando”. Gracias.