Seguimos contemplando a Jesús resucitado. Es muy importante para
nosotros, discípulos del Señor, reafirmar nuestra fe en su Resurrección,
saber que el mismo que se fue apareciendo vivo a sus discípulos es el que
murió por nuestros pecados, pero ahora ha vencido a la muerte.
Jesucristo vivo se pone delante de nuestro pecado y de nuestra malicia,
como la fuente de la misericordia, como prueba de su amor y de su perdón. El Señor resucitado nunca aparece regañando o reclamando a sus discípulos por haberlo dejado solo ante sus enemigos, sino que siempre ofrece la máxima prueba de su misericordia ante nuestro pecado.
Nosotros, al contemplar a Jesús vivo, contemplamos la puerta siempre
abierta para que salga por ella el perdón y la misericordia de Dios y, al mismo tiempo, para que entremos a gozar del amor infinito del Padre.
Un saludo común del Señor era: “La paz esté con ustedes”. Este mensaje de
serenidad y confianza que nos ofrece el Resucitado es importante entenderlo y acogerlo. Hemos estado por mucho tiempo envueltos en el miedo de la pandemia, de la enfermedad, y en el miedo de la posibilidad de la muerte, nuestra o de nuestros seres queridos. Llevamos tiempo envueltos en ese miedo.
Ahora estamos inmersos en otro miedo, la guerra, que se está llevando
entre dos países, pero siempre con el temor de que se expanda, que comprometa a más naciones y se haga mundial.
Tenemos miedo salir a la calle por la inseguridad y la violencia, de que
nuestros seres queridos, cuando salen a estudiar o a trabajar, no vuelvan. Tenemos muchos motivos para temer. Y ante estas circunstancias se nos presenta Jesús para decirnos que Él ya venció a la muerte, causa de nuestros miedos.
No tengamos temor a nuestros pecados. Él está dispuesto a perdonarnos siempre, sin límites, a perdonarnos todo.
Así es la misericordia de Dios que nos ofrece en su Hijo resucitado, y así
es la misericordia que debemos acoger y experimentar, no para seguir aferrados a nuestra vida de maldad o de pecado, sino para que, experimentando nuestra debilidad ante la tentación, sepamos que podemos obtener el perdón.
¡Cómo nos hace falta, en un mundo que nos infunde tanto miedo y desconfianza, experimentar la misericordia de Dios!, y ser testigos de este amor de unos para con otros.
Porque, a veces, somos despiadados, nos tratamos muy cruelmente. Por
eso, se nos invita a imitar la misericordia del Señor para ser misericordiosos con los demás.
La misericordia hace referencia a nuestra miseria. Dios se apiada de
nuestra miseria, y muchas veces, por el contrario, no estamos dispuestos a perdonar la miseria de nuestros hermanos, aunque nuestra miseria sea mayor, aunque sepamos en lo profundo de nuestra vida que somos más miserables que los demás.
Nos queremos dar baños de pureza, y somos crueles y despiadados ante las más mínimas miserias del otro.
El Resucitado se nos presenta para manifestarnos la fuente de la misericordia. La presencia de Jesús resucitado nos hace recuperar la alegría y la confianza,
Que experimentando la misericordia de Jesucristo, resucitado por nuestros pecados, le confesemos, desde lo más profundo de nuestro corazón,
nuestra fe.
Yo les bendigo en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.