Tomás de Híjar Ornelas
“Que seas un esforzado auxiliar de tan esforzado pastor”.
El presbítero José Garibi Rivera en 1929 fue electo obispo a finales del año en el que se pactaron los arreglos para reanudar el culto público en los templos de México pero a cambio de la salida del país del Arzobispo de Guadalajara, don Francisco Orozco y Jiménez; también, en el que merced a las negociaciones exitosas entre el Secretario de Estado, Cardenal Piero Gasparri y el primer ministro del reino de Italia, Benito Musolini.

Lo que muy pocos saben es que él, sin saberlo, hallándose con su prelado en Chicago, recibió instrucciones muy precisas suyas para que pasase a la capital de Italia, a donde arribó en los primeros días de diciembre, hospedándose en el Colegio Pío Latino–Americano, para poner en manos del Secretario de la Sagrada Congregación Consistorial, Cardenal Carlo Perosi, un sobre lacrado y dentro de él una carta de puño y letra de don Francisco Orozco cuyo contenido el portador desconocía.
La víspera del día mariano por excelencia en México, 11 de diciembre, el Cardenal Perosi citó en su despacho al Dr. Garibi Rivera. Comenzó diciéndole, para su consternación absoluta, que el Arzobispo de Guadalajara pedía a la Sede Apostólica le nombrase un obispo auxiliar.
- Eso no puede ser –contestó el interpelado, sospechando una treta diplomática para justificar la remoción de su superior–.
- Sí lo es. Le he revelado el contenido del texto que por usted llegó a mis manos. Lo que no le he dicho es que monseñor Orozco y Jiménez pide precisamente que usted sea usted el elegido. Ya el Papa lo sabe y está de acuerdo. Sólo falta que usted acepte, de preferencia ahora mismo.
Sólo don José podría decirnos qué sintió en esos momentos, pero ciertamente, estuvo de acuerdo, porque al día siguiente se publicó la noticia en L’ Osservatore Romano, y el 16 se expidieron sus bulas como obispo titular de Rosso, diócesis y pequeña ciudad de Cilicia, situada entre Oriente y Occidente, donde estuvo el reino armenio y nada distante de Tarso, la cuna de San Pablo, arrasada luego por los árabes y que hoy en día no pasa de ser sino un sitio arqueológico.
Todavía tuvo ocasión de ser recibido por Pío XI, que al tiempo de imponerle el roquete y la esclavina dijo al electo: “Que seas un esforzado auxiliar de tan esforzado pastor”.
Todavía en el primer mes de 1930 el obispo electo volvió sobre sus pisadas, reencontrándose con su prelado en El Paso, Texas, de donde se trasladó a la ciudad de México para gestionar garantías para el retorno del metropolitano tapatío, con quien pudo reunirse en Irapuato y juntos arribar a Guadalajara, pero de incógnito.

Circunstancias favorables hicieron posible que el 7 de mayo siguiente don Francisco consagrara obispos a dos tapatíos, José Garibi y Vicente María Camacho, a la sazón obispo electo de Tabasco.
Una vuelta de tuerca para monseñor Orozco tuvo lugar el 24 de enero de 1932, fecha en la que se le detuvo en la colonia Americana de Guadalajara y de inmediato, en una avioneta del Ejército Federal se le trasladó a Los Ángeles, California, donde permanecerá hasta agosto de 1934.
Ante tal coyuntura, el Cabildo nombró a Garibi Canónigo Maestrescuelas (1932), con lo que pudo afrontarla tercera reglamentación del culto público, que redujo el clero activo a un ministro ordenado por cada 25 mil habitantes, siéndolo él de la Catedral, la Merced y San Agustín.
Pero también se puso a la cabeza de la recién creada Acción Católica Mexicana, de la sección de Doctrina Cristiana y, finalmente, del gobierno de la Arquidiócesis, que en tan accidentadas circunstancias estaba, desde 1914, en manos del gobernador de la Mitra, el Deán don Manuel Alvarado, que falleció ya octogenario el 31 de diciembre de 1932, pudiendo Garibi, a la vuelta de casi un año, serlo él mismo.

Hallándose en Buenos Aires como parte de la delegación mexicana que tomó parte en el Congreso Eucarístico Internacional, ya bien avanzado el año de 1934, se acercó a él José Vasconcelos para sondear el apoyo episcopal a la disidencia en contra del gobierno mexicano que él atizaba. Para él fue desilusionante, según lo recuerda él mismo en La flama.
El 22 de diciembre de ese año se preconizó a don José Arzobispo coadjutor con derecho a sucesión y titular de Byzia, nombramiento oportuno, toda vez que la salud de don Francisco se fue deteriorando de forma irreversible.
La agonía de don Francisco Orozco fue de dos semanas, las primeras de febrero de 1936. En su lecho de muerte, Garibi le pidió la bendición y luego de recibirla escuchó de sus labios un “Dios te pague todo”. Así se despidieron. El 19 de febrero una muchedumbre jamás antes vista formó el cortejó que acompañó al panteón de Belén el cadáver del apenas fallecido, donde se le dio sepultura. Años más tarde, sus restos pasarán a la capilla de la Inmaculada Concepción, en la Catedral tapatía.
Ya convertido plenamente en Arzobispo de Guadalajara, don José tuvo ante sí un cúmulo ingente de trabajo: muchas heridas por restañar, actividades pastorales por reanimar, implementación de cambios pero sin violencia, y todo lo fue desplegando en los meses siguientes, entre este y el siguiente año, durante los cuáles

- En unión con obispos de Estados Unidos le dio vida a un Seminario Interdiocesano, el de Montezuma, Nuevo México, donde se pudo formar el clero, en tanto el gobierno dejaba de perseguir y clausurar los planteles levíticos (1936), confiándose la obra a la Compañía de Jesús.
- Conocer la realidad de la arquidiócesis, haciendo la visita pastoral a cada una de las parroquias con la seriedad canónica que eso implicaba.
- Crear una Escuela de Música Sacra en la ciudad episcopal para abrir, desde la cultura, un frente común con la sociedad.
- Con todo este bagaje, convocar a un Sínodo Diocesano para ofrecer en él, al clero y a la diócesis, directrices en materia de fe y costumbres. La fecha para su arranque fue el 1° de enero de 1938.