Pbro. Tomás de Híjar Ornelas
La tarde del jueves de Corpus Christi, 20 de junio del 2019, víspera del día de San Luis Gonzaga y del aniversario 90 de los ‘Arreglos’ entre el Gobierno de México y el episcopado que puso fin a tres año de suspensión del culto en los templos fulminada por los obispos en protesta por la entrada en vigor de la legislación antirreligiosa que insertó al derecho positivo mexicano el Presidente Plutarco Elías Calles, bajo las bóvedas del templo parroquial de la Santa Cruz tuvo lugar la misa exequial del escritor zacatecano Luis Miguel Sandoval Godoy.
En ese acto, cuatro concelebrantes dimos un especial reconocimiento a la vida y obra de un fiel laico que nunca se afrentó de serlo ni siquiera en los tiempos en que ello era mal visto en los ambientes oficiales y públicos de gobierno, educación y cultura, donde sorteó con donaire tal desdén, pues sin alusiones confesionales mantuvo y divulgó las premisas del Evangelio entre sus cientos de lectores en las columnas y editoriales que durante muchos años tuvo a su cargo y en los más de 60 libros que publicó con argumentos de narrativa, antropología e historia.
De este último apartado uno de sus afanes fue preservar del olvido la memoria de los católicos caídos en tiempos de persecución religiosa.
La Guerra Cristera
Luis Sandoval Godoy dedicó a la persecución religiosa en México en su fase más cruda 12 de sus 63 títulos publicados, que produjo entrevistando a sobrevivientes de la época, analizando fuentes documentales directas o recurriendo a la tradición oral que él abrevó desde su más tierna infancia, pues vino al mundo en 1927, el año en el que inició de manera oficial este sangriento y doloroso capítulo hasta hoy incómodo para la historiografía oficial.
Basta repasar los títulos de esos libros para inferir su contenido: Inéditos de la Cristiada (1990), Agustín Valdés de cuerpo entero (1993), San Cristóbal Magallanes (2000), El P. Nicolás Valdés (2002), Vientos de Fronda (2009), El último cristero (2011), San Agustín Caloca (2011), La Sangre llegó hasta el río (2012), Por el Signo de la Cruz (2012), Señas de San José Isabel Flores (2012), Glorificados en Cristo (2017) y A´i viene la bola… (2018).
Este corpus bien podríamos clasificarlos en tres secciones: testimonial, hagiográfica y narrativa, compuesta la primera con lo que recogió el reportero de labios de testigos oculares de los hechos; la segunda, difundiendo la vida y obra de los mártires mexicanos encabezados por San Cristóbal Magallanes Jara, al que dedicó muy sentidas páginas, y siguiendo por los mártires de su patria chica: su tío San José Isabel Flores Varela, su coterráneo San Agustín Caloca Cortés y quien fuera párroco de San Juan Bautista del Teúl, San Román Adame, y la tercera, la que le permitió estructurar en dos novelas, La sangre llegó hasta el río y El último cristero, el material que obtuvo de reiteradas entrevistas a Jovita Valdovinos y avecindada en Jalpa, Zacatecas.
Ya en la recta final de su existencia, costeó la restauración y rescate de la leyenda ‘¡Viva Cristo Rey!’ del friso de la cúpula del templo parroquial del Teúl, que mandó cubrir, siendo Gobernador de Zacatecas, José Guadalupe Cervantes Corona.
Don Nicolás Valdés Huerta
Su relación personal con el presbítero e historiador cristero Nicolás Valdés Huerta (1907-1982) reforzó en él su interés por evitar que la amnesia y la ingratitud borraran las huellas de la persecución religiosa en México en su fase más sañuda, la Guerra Cristera.
El Viejo Nico, como le apodaron sus compañeros por la edad que tenía cuando ingresó al Seminario Conciliar de Guadalajara, o don Nico, como le llamarán todos luego que retorne de Roma, donde cursó estudios eclesiásticos superiores, dedicó todo su tiempo personal al rescate de datos que pasó a letras de molde en impresos que conservan los nombres de todos los católicos que perdieron la vida sólo por serlo o a consecuencia de ello (México, sangre por Cristo Rey, 1964) y sostuvo la vida en su última época de la singular revista David, fundada por Aurelio Acevedo.
Sin embargo, lo que más admira uno de los afanes de don Nico y que a su muerte recibió en custodia Luis Sandoval, fueron los más de 150 carretes de cintas magnetofónicas con unas 450 horas de grabaciones que hizo a los testigos más cercanos a la Guerra Cristera entrevistados entre 1945 y 60, con los recursos técnicos de su tiempo y esfuerzos tan admirables como fueron recorrer grandísimas distancias a lomo de bestia, cargando en ellas el equipo técnico para hacer el registro de los testimonios orales.
Atendiendo a ello, don Nico entregó a Luis Sandoval ese acervo sólo pidiéndole de favor que por ningún motivo esas grabaciones fueran a parar al archivo de la Curia Arquidiocesana, donde podrían desaparecer o destruirse por la falta de interés y atención debida. Empero, el Arzobispo de entonces, Don José Salazar López, ya muerto el Padre Nicolás, pidió el material a don Luis, que obediente lo entregó a la curia.
30 años después, a principios del año 2014, inquieto por el destino final de dicho acervo, Sandoval Godoy, con el auxilio de Jean Meyer, gestionó ante Lidia Camacho Camacho, Directora de la Fonoteca Nacional, el rescate, restauración y transcripción del acervo, agotando todas las gestiones del caso, hasta obtener que personal de la fonoteca, con equipo especializado que sólo ellos tienen, se trasladara a la capital de Jalisco para hacer el rescate de tan valiosa información.
Cuando sólo faltaba comenzar el trabajo, la Secretaría de la Curia Arquidiocesana dispuso que esa labor quedara a cargo de la Universidad del Valle de Atemajac, por conducto del Presbítero Armando González Escoto, que lo recibió de manos del responsable del Archivo, Presbítero José Alberto Estévez Chávez, en presencia del Vicario General de la Arquidiócesis, Presbítero Ramiro Valdés Sánchez, primo, por cierto, de don Nico.
No dudemos que ahora, muerto don Luis, un homenaje a su memoria termine siendo el rescate de tan riquísima información, que en su tiempo tanto aprovechó Jean Meyer para su doctoral La Cristiada: la guerra de los cristeros.