Sergio Padilla Moreno
Seguramente estarán de acuerdo, amables lectores, que hay historias, relatos y lecturas que marcan, que no se olvidan, que se vuelven parte del tejido de nuestra alma. Historias, relatos y lecturas que nos vienen a la mente y al corazón en situaciones especiales. En mi caso, uno de esos textos es La cruz y el bostezo, salido de la prolija e inspirada pluma del sacerdote español José Luis Martín Descalzo (1930-1991), donde hace una reflexión sobre la escena de la crucifixión de Jesús, pero centrada en la actitud de los soldados que estaban al pie de la cruz, pues “a la hora en que gira la gran página de la Historia y a dos metros de la cruz en torno a la que va a organizarse un mundo nuevo, se dedican aburridamente a jugar a las canicas”.
El P. Martín Descalzo ahonda: “Así les ocurrió, sin duda, a estos soldados. Ellos sabían ya, por experiencia, que las crucifixiones eran largas, que los reos no terminaban nunca de morir, que la curiosidad de la gente se apagaba pronto y que luego les tocaba a ellos bostezar tres, cuatro horas al pie de las cruces. ¡Se defenderían jugando!”.
Nos está ganando la indiferencia
Y es precisamente esta lectura la que me vino a la mente hace unos días frente a una experiencia de la que fuimos testigos no pocos ciudadanos en pleno mediodía en una famosa plaza comercial del sur de la ciudad de Guadalajara: el trágico suicidio de un joven que se arrojó al vacío desde la parte más alta del estacionamiento del lugar.
La relación me vino a la mente porque la casualidad me llevó a pasar por el lugar unos minutos después de lo ocurrido y pude ver muchos rostros que reaccionaban diferente frente a la escena del cuerpo inerte del joven. Unos rostros reflejaban dolor, otros seguían asustados por lo visto, otros no dejaban de capturar morbosamente la imagen con sus celulares para circularlo en las redes sociales, etc.
Pero me llamó la atención los muchos rostros indiferentes al evento, pues volteaban a ver el cuerpo y todo el movimiento de las autoridades, pero inmediatamente volvían su atención al celular o esperaban la oportunidad para cruzar la avenida. Me movió constatar que muchas personas, ante el drama que estaba viviendo la familia del joven, ya presente en el lugar, denotaban indiferencia y aburrimiento.
¿Estamos aletargados?
Hago mías las palabras con que concluye el P. Martín Descalzo su escrito: “Llevo todos los años que tengo de vida formulándome a mí mismo una pregunta a la que no he encontrado aún respuesta: ¿el hombre es bueno o malo? La respuesta que con frecuencia llega a mi cabeza es ésta: No, el hombre no es bueno ni malo; el hombre es, simplemente, tonto. O ciego. O cobarde. O dormido. Porque la experiencia nos enseña que por cada hombre que mata y por cada hombre que lucha para evitar la muerte hay siempre, al menos, mil humanos que vegetan, que no se enteran, que bostezan.”
El autor es académico del ITESO, Universidad Jesuita de Guadalajara – padilla@iteso.mx