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PBRO. JOSÉ ANTONIO LARIOS SUÁREZ
SEDIPEC

Después de haber repasado, en cuatro artículos, los 300 años de historia que precedieron al Estado de Jalisco bajo el patrocinio de Nuestra Señora de Zapopan, comprendemos el motivo por el que el primer Congreso estatal nombró de inmediato a Nuestra Señora de Zapopan como su Protectora Universal.
Razones históricas no faltaron, como hemos aducido en los anteriores artículos, pero haciendo una relectura de la historia, podemos concluir que además de esas razones, nuestros antepasados, con visión, previeron los riesgos que se seguían después de la independencia de la corona española.
Hay dos maneras de llevar una nación: desde el centralismo y desde el federalismo. Al declararse la Independencia, nuestra nación tenía que definir su estilo de democracia, aunque “oficialmente” podemos presumir que somos una nación federalista, en la praxis no ha sido así, y en diferentes épocas se ha recargado más este centralismo, unas veces disfrazado y otras ni con ese esfuerzo de simulación.
El centralismo debilita las identidades, las exprime, se aprovecha de ellas para enriquecerse y generar una dependencia insana que impide el crecimiento y la explotación de las capacidades de cada región en provecho propio.

El federalismo, en cambio, sin perder la unidad ni promover ruptura alguna, busca la independencia de las regiones, respetando historia, identidad y procesos únicos, permitiendo el crecimiento y desarrollo desde lo que cada comunidad es, sin exprimirla ni aprovecharse de ella, más bien buscando un proyecto común propiciando la unidad sin pretender la uniformidad.
Jalisco, desde que se constituyó como tal, defendió siempre el federalismo, siendo pionero en esta defensa a nivel nacional, sabía que no era lo mismo tener la sede de la corona a 9,300 km que a 460 km.

Para ello, un camino de los tantos que había que tomar, pero muy importante, era el fortalecimiento de su identidad desde los símbolos religiosos; involucrar un símbolo religioso tan emblemático y aquilatado como la Imagen de la Virgen de Zapopan, era dar a la independencia regional garantía y respaldo permanente.
Quienes lucharon y siguen luchando por el centralismo no desaprovechan cuanto elemento encuentran para su finalidad, entre ellos los símbolos religiosos, a lo cual volveremos en líneas posteriores, también recurren a una “historia oficial” mitificada, como el tema de la raza única, donde si visitamos las regiones de nuestro país, no necesitamos ser genetistas ni historiadores para descubrir la multiplicidad de razas y pluriculturalidad que pueblan nuestra nación.

Volviendo al tema que nos ocupa, las devociones como generadoras de identidad regional, es curioso darnos cuenta que la devoción a la Virgen de Zapopan en nuestra región se mantuvo vivísima hasta 1867, con las leyes de reforma la devoción sufrió el primer golpe, con todo, la prohibición de procesiones públicas y demás avatares producidos por la hostilidad en la relación Iglesia–Estado, se mantuvo muy en pie gracias al arraigo de sus fi eles.
La verdadera crisis comenzó con el afianzamiento del porfiriato y su política centralista que contó con el apoyo decidido y entusiasta de los Obispos mexicanos, la política de Porfi rio Díaz exigía que todas las instancias colaboraran desde su ámbito al fortalecimiento de este voraz centralismo, la fuerza de la religiosidad del pueblo no era asunto para nada secundario en este objetivo.

El presidente Díaz, sobre todo en su segundo periodo, impulsó un proceso conciliatorio con la Iglesia que le permitía reconstituirse, no obstante, la vigencia oficial de las leyes de reforma.
Los Obispos mexicanos muy sensibles a esta condescendencia del presidente, y convencidos de la faceta luminosa del centralismo dieron todo su apoyo a Díaz, haciendo del culto guadalupano el recurso, que en su buena voluntad y sin conciencia absoluta de la verdadera intención del primer mandatario, consideraron providencial para alcanzar la “unidad” de la patria.

En nuestra Diócesis, este proyecto de religiosidad en pro de la “unidad” del país que terminó siendo detrimento de la riqueza e identidad regional, tuvo un nombre y un rostro concreto: el Obispo Pedro Loza y Pardavé, originario de la ciudad de México, quien gobernó esta Iglesia local por casi tres décadas, a partir de 1869

A partir de este acontecimiento comprenderemos la visión casi profética de nuestros antepasados que buscaron defenderse del centralismo que llegaría, involucrando el culto zapopano en el fortalecimiento de la región.
En los siguientes artículos seguiremos analizando los casi doscientos años de resiliencia que nuestra región ha vivido en su religiosidad, su historia e identidad que hunde sus raíces en la pequeña imagen de pasta de caña de maíz, que ha estado al frente de esta región.

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