Hermanas, hermanos muy amados en el Señor:
La Eucaristía es un sacramento que nos remonta a la multiplicación de los panes y los pescados, milagro que Jesús realizó para saciar el hambre de la multitud.

Ante la petición de los Apóstoles para que el Señor despidiera a la gente, Él les regresó el compromiso, para que fueran ellos quienes les dieran de comer. Solo contaban con cinco panes y dos peces. Con eso tuvo Jesús. con la poca colaboración de sus Apóstoles y el poco alimento que encontraron. Multiplicó aquella comida para que la multitud no padeciera hambre, para que no sintiera necesidad de andar buscando en otro lugar.
Este hecho está relacionado con la institución de la Eucaristía. Antes de morir, en la Última Cena, Jesús les había dicho a sus discípulos que tomaran su Cuerpo entregado por ellos, y bebieran su Sangre, derramada por ellos, como signo de la nueva alianza sellada, y que repitieran eso en memoria suya.
Cristo, pues, se convierte en el alimento y la bebida para saciar el hambre y la sed más profundas que experimentamos en nuestra existencia. Es el memorial que nos dejó para garantizarnos su cercanía, para asegurarnos su salvación y para que tengamos la oportunidad, ya desde esta vida, de participar de su misma vida.
A partir de esta realidad, de la cercanía de Cristo con nosotros por el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, quiero hacerles una invitación, ante lo que vivimos, una realidad de marcada inseguridad, de fuerte violencia, que tiene como consecuencia que busquemos asegurarnos, encerrarnos en nuestra propia vida, en nuestra propia casa, replegarnos y perder contacto con los demás, que nos producen mucha desconfianza. No sabemos quién nos va a agredir, quién nos va a robar, quién nos va hacer algún daño, por lo que nos vamos apartando de los demás. Jesús nos invita a estar cerca unos de otros. Él se hizo alimento para que lo comamos, y bebida para que lo bebamos. ¿Hay más intimidad que este gesto, de comer el Cuerpo y beber la Sangre de Cristo?
Cristo hubiera podido permanecer en su Cielo, en su seguridad, pero no, sino que se hizo hombre, se encarnó, nos dejó su Cuerpo y su Sangre para estar íntimamente cercano a nosotros. Nos invita a recuperar la confianza entre nosotros, a buscar la solidaridad. Si somos una sociedad dividida, no vamos a poder enfrentar ningún mal, pero como sociedad unida, hermanada, cercana, podemos hacer frente a todos los peligros que nos aquejan y que nos provocan angustia.
Necesitamos recuperar la amistad que Cristo ha demostrado tener para con nosotros, y recuperar la amistad entre nosotros, porque es, precisamente, que por falta de amistad, vienen todas las dificultades. La más grande enemistad entre los pueblos, por ejemplo, es la guerra.
Cuando no hay fraternidad, cercanía y solidaridad, se desata toda violencia. Ésta no la vamos a resolver cerrando con llave nuestra casa, o encerrándonos en nosotros mismos.
Jesús, con la cercanía que nos deja en su Cuerpo y en su Sangre, nos hace la invitación para que seamos agentes de transformación de nuestra sociedad, fortaleciéndonos con acciones solidarias, no solitarias ni aisladas.