Pecados capitales
El pecado es como una bola de nieve que nos va envolviendo, que nos crea una facilidad para seguir pecando y que puede llevarnos a la indiferencia ante el mal que hacemos o ante el bien que
dejamos de hacer.
Sonia Gabriela Ceja Ramírez
“El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes”, así lo explica el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC), en su numeral 1849.
“El pecado es una ofensa a Dios. El pecado se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de Él nuestros corazones”, añade el numeral 1850.
En su artículo “Los siete pecados capitales”, Roberto O’Farril Corona, comunicador y periodista católico, explica que “la consecuencia del pecado, que es el distanciamiento de Dios, en un mayor grado, se manifiesta en la soberbia, un pecado que se traduce en querer ser como Dios, pero al margen de Dios y sin Dios. La soberbia es, entonces, la raíz de donde proceden los vicios y pecados, pues todo pecado
supone el culto idolátrico de sí mismo que antepone los propios caprichos a la voluntad divina”.
NOS HACEN PERDER EL CAMINO
El CIC apunta que “de acuerdo a su gravedad, el pecado mortal destruye la caridad en el corazón del hombre por una infracción grave de la ley de Dios; aparta al hombre de Dios, que es su fin último y su bienaventuranza, prefiriendo un bien inferior” (CIC 1855).
“Es pecado mortal lo que tiene como objeto es una materia grave y que, además, es cometido
con pleno conocimiento y deliberado consentimiento.“
“La materia grave es precisada por los Diez Mandamientos, según la respuesta de Jesús al joven rico: “No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes testimonio falso, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre” (Mc10, 19). La gravedad de los pecados es mayor o menor: un asesinato es más grave que un robo. La cualidad de las personas lesionadas cuenta también: la violencia ejercida contra los padres
es más grave que la ejercida contra un extraño (CIC 1858).
El pecado crea una facilidad para el pecado, engendra el vicio por la repetición de actos. De ahí resultan inclinaciones desviadas que oscurecen la conciencia y corrompen la valoración concreta del bien y del mal. Así, el pecado tiende a reproducirse y a reforzarse, pero no puede destruir el sentido moral hasta su raíz (CIC 1865).
Añade el Catecismo: “Los vicios pueden ser catalogados según las virtudes a que se oponen, o también pueden ser referidos a los pecados capitales que la experiencia cristiana ha distinguido siguiendo a san Juan Casiano (Conlatio, 5, 2) y a san Gregorio Magno (Moralia in Job, 31, 45, 87). Son llamados capitales porque generan otros pecados, otros vicios.
PECADOS CAPITALES (CIC 1866)
Soberbia
Avaricia
Envidia
Ira
Lujuria
Gula
Pereza
LOS PECADOS CAPITALES Y NUESTRO CUERPO
Si bien, los pecados capitales son una realidad, el dato esperanzador es que a cada uno de ellos podemos combatirlo esforzándonos en desarrollar una virtud contraria a ese pecado. Así lo explica Mons. Ramón Salazar Estrada, Obispo Auxiliar de Guadalajara.
Explicándolo de manera pedagógica, podemos ubicar los pecados y virtudes en diferentes partes de nuestro cuerpo.
EMPECEMOS POR LA CABEZA
“La primera virtud es la humildad, y la centramos en nuestra mente, a esta virtud corresponde el pecado capital de la soberbia, que nos lleva a ensimismarnos, a tener una percepción equivocada de nosotros mismos que nos hace relegar a los demás. Pensamos que somos mucho más que otros, nos consideramos superiores de manera denigrante, e incluso, hasta hacemos a un lado a Dios.
“La virtud contraria a este pecado capital es la humildad. A través de la humildad, nosotros reconocemos
nuestra verdad, quiénes somos. Naturalmente, que por gracia de Dios primero somos creaturas, Él nos trajo a la existencia. En un segundo momento, somos imagen y semejanza de Dios. Y en un tercer momento, somos hijos de Dios, templos vivos del Espíritu Santo; entonces, cómo llegar a pensar que
somos más que los demás, cuando por gracia de Dios somos mucho y todos”.
CUIDEMOS NUESTROS OJOS Y NUESTRA BOCA
“Un poco más abajo están nuestros ojos: la vista. Ahí vamos a considerar el pecado de la envidia, que nos lleva a entristecernos por el bien ajeno, es decir, cuando a alguien le va bien y nosotros nos llenamos de tristeza. Lo contrario a la envidia sería la caridad. “La caridad nos lleva a alegrarnos con aquel que está teniendo éxito, que le está yendo bien en su vida, que está satisfactoriamente realizándose”, asegura
Mons. Ramón.
“Debemos ser cuidadosos, ya que de la envida devienen el odio, la murmuración, la difamación, el gozo por las adversidades del prójimo, entre otros”, apunta Roberto O’Farril en su artículo.
“En la boca tenemos el pecado capital de la gula. Cuando no sabemos satisfacer debidamente nuestras necesidades en el comer y en el beber, nos excedemos. La virtud contraria a este pecado capital es la sobriedad: comer y beber lo necesario, lo suficiente”.
EN NUESTRO CORAZÓN SE ALOJAN DOS
“En el corazón se centran dos pecados capitales o virtudes, hablando positivamente.
“El primero es la lujuria. Dios nos ha hecho capaces de amar; lamentablemente, cuando nuestro amor se desordena llegamos a la lujuria, pero cuando nuestro amor se sabe conducir debidamente, amando a todos en su justa dimensión, como hermanos, como familiares, como conocidos, se desarrolla en nosotros la virtud de la castidad.
“El quinto pecado capital es la ira, y también se centra en nuestro corazón. La ira es la incapacidad para contener nuestros impulsos, cuando no somos capaces de manejar aquello que en un momento dado nos lleva a accionar o reaccionar.
“Frente a la ira, está la virtud de la paciencia, esa paz que Dios nos da, que nos ofrece y nos ayuda a saber llevar las situaciones difíciles que pudieran causarnos una cierta exaltación. Cómo manejar nuestros sentimientos, nuestros impulsos”.
De la ira, según el artículo de Roberto O’Farril, pueden desprenderse el deseo de venganza y de castigo, o
más gravemente, el deseo deliberado de matar al prójimo, la indignación, el rencor, el insulto y la blasfemia.
ESTÁ EN NUESTRAS MANOS
“Aquí, en nuestras manos, se centra el pecado capital de la avaricia. Frente a este pecado tenemos la virtud de la generosidad El pecado de la avaricia nos lleva a desear bienes que no necesitamos.
Es bueno que deseemos los bienes que necesitamos y que los demás necesitan, y hay que trabajar por ellos debidamente, pero aquellos que no son necesarios o incluso los necesarios, pero en exceso, esa es la avaricia, y frente a esta avaricia, la generosidad. Si llegamos a tener algunos bienes, qué bueno es compartirlos con quienes más lo necesitan”.
¿TARDAMOS PARA CUMPLIR?
“El último pecado capital envuelve toda nuestra persona y es el pecado de la pereza.
Este pecado, desafortunadamente, nos lleva a exaltar la comodidad; no nos interesa dedicarnos a algo, o si nos interesa queremos que los demás lo hagan, nos detenemos para hacer un bien. Pensamos más en nosotros. Es un estilo de vida, lamentablemente, que no nos impulsa ni para nuestro bien, ni para el bien de los demás.
“Frente a este pecado capital tenemos la virtud de la laboriosidad, es decir, estar dispuestos a servir.
“Si, por habilidad y gracia de Dios, hemos adquirido alguna aptitud, alguna actitud, habrá que usarla en bien de los demás, ser generosos”, aseguró Mons. Ramón Salazar.
“De esta manera, recordamos los siete pecados capitales con su contraparte, con su virtud”.
Finalmente, el Obispo Auxiliar de Guadalajara deseó que “Dios nos ayude siempre a buscar, con su gracia, las virtudes y luchar contra el pecado”.