Uno de los compositores más extraordinarios de la historia escribió una gran obra en medio de conflictos personales. El resultado es excelso.
Sergio Padilla Moreno
El P. George W. Rutler escribió en el año 2013 un pequeño artículo que llamó poderosamente mi atención: “Venciendo un prejuicio, propongo que adicionalmente a las cinco maneras de Santo Tomás de Aquino para probar la existencia de Dios a partir de la evidencia natural, el prodigioso Mozart sea la sexta.” Sin duda, que este compositor es uno de los artistas más extraordinarios que hayan pisado la faz de la tierra. Wolfgang Amadeus Mozart, nació el 27 de enero de 1756 en Salzburgo, pero, a pesar del revuelo que causó su precoz talento y la originalidad reconocida en algunas de sus obras, murió en medio de graves problemas económicos la noche del 5 de diciembre de 1791.
Una expresión de amor
A lo largo de su vida, Mozart compuso unas dieciséis misas y una treintena de piezas litúrgicas, la mayoría de ellas en sus años juveniles mientras estuvo al servicio del príncipe-arzobispo de Salzburgo, Jerónimo de Colloredo-Mannsfeld. Todas ellas eran utilizadas dentro de los oficios litúrgicos presididos por el propio prelado. Entre las composiciones de este género, mención aparte merece la Gran Misa en do menor, tanto por su extensión, como por la riqueza y una textura musical poco ortodoxa, hecho que pudo darse por haber sido compuesta, no como una obra concebida por encargo, sino como iniciativa del propio compositor en el contexto de su “gratitud hacia Dios” –expresión del propio Mozart-, en vistas a su boda con Constanza Weber; hecho que, según cuentan los biógrafos de Mozart, provocó el desacuerdo y enojo de Leopoldo Mozart, su padre. Lo paradójico es que, en medio del conflicto con su padre y los evidentes sentimientos encontrados ante la situación que ello le provocó, Mozart escribió una obra llena de inspiración y profundidad religiosa.
El profundo sentido místico
La obra nunca quedó terminada del todo, si tomamos en cuenta las partes faltantes respecto a los cánones litúrgicos vigentes en esos años, en concreto el Agnus Dei.
La Misa en do menor consta de cuatro partes: Kyrie, Gloria, Sanctus / Benedictus y el Credo, que quedó incompleto. Cada una de las ellas se desarrolla tratando de traducir con música el sentido profundo de las diversas partes de las oraciones cristianas de la Misa romana.
El Kyrie representa perfectamente el espíritu contrito del alma creyente ante la misericordia del Señor. El Gloria y el Sanctus, son altamente contrastantes en sí mismos, dado el tratamiento diverso y riqueza musical que Mozart va danto a cada verso en particular. El Credo merece mención aparte específicamente por el extenso Et incarnatus est, que pasará a la historia como uno de los acercamientos artísticos más bellos y profundos para contemplar el misterio de la Encarnación de Cristo; a través de la voz de la soprano, acompañada del oboe, la flauta y el fagot, se recrean una de las páginas más hermosas, profundas e inspiradas de toda la creación musical de Mozart.
El autor es académico del ITESO, Universidad Jesuita de Guadalajara – padilla@iteso.mx
Mozart: Great Mass in C minor, K. 427 – Radio Philharmonic Orchestra
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Muchas gracias Sergio Padilla. ¡saludos!
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