Pbro. José Marcos Castellón Pérez
El coronavirus llegó para quedarse… es una nueva realidad, nuestra realidad mundial.
La pandemia del COVID-19, producida por este nuevo virus, ha afectado profundamente a nuestro mundo en unos pocos meses en todos los ámbitos.
Ya no seremos como antes, hemos cambiado y se está generando en el seno de la historia una nueva generación humana, la generación pospandemia.
A esta generación, a nuestra nueva generación, nos toca responder como agentes de pastoral de esta Iglesia particular de Guadalajara, fieles a nuestro proceso pastoral, pero también fieles a los avatares de la historia, donde se encarna y pone su morada el Verbo eterno para hacernos partícipes de su Reino y de su Gloria a fin de que en él podamos tener vida digna y plena.
El proceso pastoral de nuestra Iglesia, que es la serie de pasos metódicamente ordenados a un objetivo común de un modo gradual y progresivo, nos ha llevado a plantearnos una Iglesia sinodal y samaritana por medio de una Gran Misión de la Misericordia con la finalidad de impulsar la Nueva Evangelización mediante el anuncio del kerigma y la formación integral y permanente para que, renovando nuestras comunidades eclesiales, nuestro pueblo tenga vida en Cristo.
No hemos cambiado el rumbo, sigue siendo la Misión de la Misericordia el cómo podemos lograr cumplir nuestro objetivo diocesano e inspirados por las líneas comunes de acción. El camino está trazado y lo hemos hecho siguiendo la metodología participativa, con espíritu de escucha y discernimiento, en un ambiente de corresponsabilidad y colaboración, en comunión con el Magisterio Pontificio y Latinoamericano y bajo la guía de nuestro pastor, el Cardenal José Francisco Robles Ortega.
En este caminar, en el que hemos querido fijar la mirada para ver como buenos samaritanos a quiénes, en el contexto de nuestras periferias existenciales prioritarias, están tirados en el camino con un rostro sufriente, nos hemos encontrado con un ladrón inesperado que ha terminado por agudizar los dolores y el sufrimiento de aquellos que ya habían sido golpeados por otros males.
Este ladrón inesperado es un pequeño virus que, no por su tamaño sino por su malignidad, nos ha paralizado e incluso también nos ha golpeado a nosotros como agentes de pastoral. Frente a estos rostros sufrientes no podemos pasar de largo, sino que con la misión encomendada de ser buenos samaritanos, de actuar con misericordia, nos queremos detener, bajar de la cabalgadura y curar con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza a estos rostros mutilados y sufrientes.
Por eso no podríamos cambiar el rumbo del camino de la samaritaneidad, no podríamos pasar de largo ni pensar en arreglar el mesón sólo para comodidad nuestra, dejando en la intemperie a tanto rostro con nombre y circunstancia que la está pasando mal.
Por esta razón, siguiendo y afianzando el proyecto de la Gran Misión de la Misericordia de nuestra Iglesia diocesana, debemos responder pastoralmente a esta nueva generación “sobreviviente” al COVID.