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Pbro. Armando González Escoto

La grandeza de una misión tiene mucho que ver con el concepto de grandeza que se maneje, pues el término se le puede aplicar sea por su amplitud, sea por su trascendencia; por lo mismo una pequeña misión puede ser muy trascendente y una gran misión puede quedar en nada.

En la Iglesia, el concepto misional se aplicó tradicionalmente al proceso de anunciar el Evangelio a gentes y pueblos que jamás habían oído hablar de él, posteriormente, se comenzó a hablar de “misiones populares”, cuando éstas se dirigían a comunidades ya cristianas pero frías en su vida religiosa. Hoy día, el término “misión” se ha hecho muy amplio y general, y lo vemos aplicarse a un sinfín de situaciones no necesariamente evangelizadoras. En la Iglesia actual conserva sus dos primeras acepciones, pero no ya como acontecimientos que se programan para una determinada fecha y con una duración igualmente definida, sino fundamentalmente como una actitud cotidiana, es decir, la Iglesia de hoy vive en estado permanente de misión, o así debería vivir. La verdad es que no es así.

Del modo que sea, una cosa es clara: la trascendencia de una misión, y por lo tanto su grandeza, radicará en su capacidad de fecundar la nueva civilización secular con las semillas del Evangelio. No es una tarea fácil, sobre todo si el Evangelio se sigue predicando, justo ahí, donde no está la realidad que se pretende evangelizar.

La civilización secular es, hoy día, dominante en las nuevas generaciones; son sus principios y valores los que operan en la cosmovisión de las personas, la razón de sus esfuerzos no radica ya en los ideales cristianos. A una incontable cantidad de habitantes del presente, ni les preocupa el infierno, ni les atrae el cielo, sus acciones se encaminan a la obtención de metas más cortas, y lo que pueda suceder después no les interesa.

Al igual que la Iglesia, la civilización secular tiene sus propios espacios, sus lenguajes, sus reactivos, su señalética; genera sus propios ambientes que suelen ser excluyentes para quienes piensan y viven de manera distinta, entrar a esas nuevas “colonias” culturales no es tarea fácil.

Pensar que una misión “general” pueda evangelizar la cultura secular, es semejante a tirar las semillas al aire con la esperanza de que alguna logre germinar; para alcanzar este gran reto se requiere de planificar detalladamente una misión propia y específica, concretamente direccionada y expuesta en los lenguajes que la gente de hoy entienda; entrando de lleno a los medios donde se mueve y encuentra la sociedad secular, haciéndose presente en esos nuevos espacios y ambientes, asumiendo de antemano, y con sinceridad, las preocupaciones legítimas del mundo actual; identificando sus valores genuinos, abanderando la parte noble de sus causas, formando parte de sus luchas.

Para lograr esta serie de actitudes, sin las cuales no habrá misión que sea realmente grande, se necesita de hacer una misión previa hacia dentro de la Iglesia. ¿Será esto nuestra gran misión diocesana?

armando.gon@univa.mx

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