Pbro. Armando González Escoto
Las personas con grandes ideales nunca se jubilan. El problema es cuando los ideales se jubilan antes de cumplir la edad canónica.
En el desigual camino de la existencia se pude vivir por muchas razones o sin ninguna, vivir por vivir. Para quien vive por razones, éstas pueden ser de largo, mediano o corto plazo, los grandes ideales superan el largo plazo, son para siempre.
Los ideales de corto y mediano plazo tienen que ver con metas muy concretas y materiales, en el ministerio a veces sucede que los grandes ideales se mediatizan, acaso porque estaban prendidos con alfileres, o sea, nunca fueron cabalmente asumidos, por lo mismo se reducen a un compromiso de trabajar lo que se pueda, por el menor tiempo posible y, si no hay más remedio, pues esperar la futura jubilación, urgirla, medio autojubilarse antes de tiempo, y luego dedicarse a no hacer nada, tal vez un quehacer para el que ya se venían preparando.
Pero no siempre se puede servir a los grandes ideales, se requiere el concurso de las capacidades físicas, cuando éstas fallan de manera muy limitante, los ideales se vuelven intenciones del corazón, y la jubilación una necesidad imperiosa en favor del que sirve y de los que han de ser servidos. También para esto, debe toda persona prepararse, porque “más ayuda el que no estorba”. En este punto tenemos el ejemplo singular del Papa Benedicto que renunció a su cargo, no por comodidad, o para descansar, sino por una clara conciencia de lo que significaría para la Iglesia estar bajo el liderazgo de una persona cuya disminución física y mental podía hacerla caer en manos de los ayudantes.
Por otra parte, los grandes ideales, aún los cabalmente asumidos, pueden eventualmente desgastarse por diversas razones: porque el poseedor no estaba formado para la frustración, porque las batallas fueron superiores a las fuerzas propias, porque los obstáculos encontrados se hicieron demasiado constantes, porque en el camino se descubrieron otras metas, otros propósitos que antes no habían sido advertidos, o porque se vivieron situaciones de injusticia crónica, que suelen desarmar hasta al mejor preparado, en buena parte fue lo que sucedió con Robert de Lamennais, Arthur Schopenhauer, Herman Hesse, Roger Garaudy, grandes pensadores de origen cristiano que al final derivaron hacia ideales muy diversos.
No fue desde luego el caso de personajes tan célebres como Henri de Lubac, John Newman, Tomás Moro, Teilhard de Chardin, y tantos otros que, habiendo encontrado constantemente un camino lleno de obstáculos, de rechazo y marginación, se mantuvieron fieles a sus propósitos hasta el fin, sin jamás pensar en jubilarse, por más que su actividad, naturalmente fuese menguando a tenor de los años o de la irrupción de las circunstancias, como en el caso de Moro.
Habría que ver entonces la jubilación, no como una meta, sino como un proceso para el cual hay que prepararse, en apertura a las nuevas formas en que los ideales pueden ser servidos.
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