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Estas líneas están dedicadas a nuestros antepasados, a los que valientemente defendieron lo que en su tiempo consideraron correcto para darnos patria.

Lic. Saúl Mejía Marmolejo

Cuando llega el mes de septiembre comienzan y con él las múltiples celebraciones que conmemoran el inicio de la independencia de México. Vemos en televisión, redes sociales, noticieros, entre otros, las alusiones a aquellos héroes que nos dieron patria y libertad.

Sin embargo, poco nos adentramos a conocer la historia de tan importante hecho histórico en lo local, la participación del pueblo, hombres y mujeres que no figuran en los libros de texto, pero que también libraron crueles batallas.

Una noche de guerra y muerte

Corrían los primeros meses de 1814, en Cuquío se hallaba establecida la sede del gobierno peninsular, el subdelegado, representante del rey, tenía bajo su mandato los actuales municipios de Ixtlahuacán del Rio, Cuquío, Yahualica y Mexticacán, a lo que podríamos llamar la región entre barrancas. Dicha cabecera estaba habitada por un importante número de criollos, que, aunque habían nacido en estas tierras, se hacían llamar a sí mismos españoles, convirtiéndose Cuquío en objeto de continuos ataques y saqueos.

En el centro de la localidad estaba en construcción una iglesia. Para la época se habían levantado apenas los muros perimetrales, construidos de roca y cal, con una altura mayor a los 10 metros y un ancho difícil de penetrar, convirtiéndola entonces en una gran fortaleza.

Era el primero de abril de 1814, cerca de las 7 de la mañana, cuando varias gavillas de insurgentes hicieron su entrada al pueblo, dirigidos por González de Hermosillo. Ante la situación, los partidarios de la corona se replegaron al fuerte junto con algunas familias, que por la premura y sorpresa acudieron al refugio apenas con lo que llevaban puesto.

Cerca de 400 fusileros descargaban sus armas contra los muros pretendiendo abrir espacio para tomar la localidad, sin embargo, en el interior, algunos soldados y civiles a los que los partes militares llamaban patriotas repelieron el ataque haciendo bajas en las filas de los insurgentes.

La lucha duró día y noche. En el interior, permanecían mujeres y niños atemorizados, escuchando en su entorno fuertes gritos de guerra y muerte. A la jornada siguiente, el ambiente bélico cesó, los rebeldes (refiriéndose a los insurgentes) colocaron dos campamentos, sobre colinas desde donde se observaba todo tipo de movimientos en el interior del pueblo.

Algunos hombres oriundos del territorio decidieron salir para realizar una inspección, observando las casas incendiadas y saqueadas, solo cuatro de ellas permanecieron intactas. Gran sorpresa les causó encontrar el cuerpo inerte de uno de sus coterráneos, que había sido degollado al pretender defender lo suyo, en el interior del hospital yacían sin vida dos personas que padecían fiebre y no se percataron del altercado prontamente siendo asesinados a golpes.

El pastor se mantuvo con sus ovejas

Por su parte, los insurgentes contaron muchas bajas pues, más de 600 personas luchaban tan solo con machetes y piedras, la mayoría de ellos de origen indígena de esta y otras regiones.

Aquel día mientras el sol se ocultaba, el pueblo de Cuquío recibía el sereno de la noche entre columnas de humo y fuego, en sus colinas los hombres soñaban con el triunfo, y al interior de la nueva iglesia, sobre el piso de tierra y sin techo que los cubriera, acampaban varias familias y militares realistas que lanzaban tiros al aire en señal de alerta. Mientras tanto el padre Crisanto Sánchez hacía recorridos repartiendo alimentos y auxiliando a los moribundos con sus propias manos.

Al día siguiente, a las tres de la mañana se realizó un último intento, cuando pretendieron escalar el muro fuerte de roca, teniendo nulos resultados y declarando la retirada. Meses después, González de Hermosillo regresaría y tomaría sin problemas la localidad.

Información tomada de los partes militares enviados por el general D. José de la Cruz el 5 de abril de 1814. A la ciudad de Guadalajara y a Juchipila.

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