Editorial Semanario
En el tiempo de Adviento María es siempre una presencia llena de significado. La madre que espera, la mujer que acoge la palabra, la muchacha que arriesga, la amiga que ayuda, la creyente que calla y medita.
Todo esto lo encontramos en María, que se convierte en espejo en el que mirarnos. Porque también nosotros necesitamos acoger, arriesgar, servir y dejar que la buena noticia sea semilla que arraigue en la tierra que somos.
Dos miradas a María pueden ayudarnos hoy a pensar en nuestra propia forma de vivir esta época de adviento. La mirada a la mujer que habla y la mirada a la mujer que ama.
La polaca Olga Tokarczuk, en su discurso para recoger su premio Nobel de literatura, en el 2019, recordó una de las fotografías de su madre. Una imagen en blanco y negro de su madre, posando embarazada de ella ante una vieja radio en su casa, pero con un semblante triste y melancólico. Ella estaba segura de que su madre la estaba buscando en el tiempo, escondida en el dial de ese viejo aparato de radio. “Cuando más tarde le pregunté acerca de esa mirada, mi madre dijo que estaba triste porque yo aún no había nacido, pero ya me extrañaba.” Y así, su madre, le dio la certeza a Olga de lo que se conoce como alma. “Ella colocó mi existencia fuera del tiempo, en la dulce vecindad de la eternidad.”
María de Nazareth ya extrañaba a Jesús desde el mismo día que se encontró con el ángel. Hay algo eterno, y a la vez tierno, en contemplar a una joven, en una casa de adobe, entrando en las honduras del tiempo, en el callado transcurrir de la historia mientras mira, y acaricia, el vientre donde ya crece su fruto, donde ya toma carne la esperanza del mundo: su hijo, su Hijo.
Hay algo muy humano en su acoger, en su esperar. Hay algo muy divino en su amar, en su mirar.
Cuando admiramos alguna imagen o pintura de la virgen, por sus ojos, sabemos si la imagen tiene algún valor, es si por su mirada, ella es madre para aquel que la pintó.
La mirada de María nos atraviesa si alguna vez hemos sentido amor. Más aún, si ese amor ha venido de Jesús. Hay algo que uno va descubriendo: si María mira así es porque fue mirada por Dios, con profundo amor.
Desde niños sabemos a dónde van nuestros ojos cuando contemplamos a la Virgen de Guadalupe. Cuando al mirar su imagen ella clava su mirada en nosotros, reconocemos entonces, la misma mirada de nuestra madre.
Esa mirada capaz de ver el destello de Dios en cada realidad.
Por eso, hoy, María, te miramos a ti, que nos sirves de ejemplo y que quieres compartir con nosotros tu mirada, tu sentir, tus palabras. Te miramos intentando parecernos un poquito a ti, entrando algo más en tu corazón para compartir contigo este tiempo de búsqueda y redescubrimiento de Jesús, de vida.