La comunidad de los creyentes –convertida en pueblo sacerdotal, purificado por la sangre de Cristo y por el agua del bautismo– puede, ya desde ahora, entrar en comunión con Dios, sin necesidad de superfluos intermediarios.
"En la Iglesia tenemos urgente necesidad de una comunicación que inflame los corazones, sea bálsamo en las heridas e ilumine el camino de nuestros hermanos y hermanas"