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La mujer en la pasión, muerte y resurrección de Cristo

Por: Diácono Enrique López Guzmán

Las mujeres están presentes en el transcurso de toda la vida de Jesús: él habla con ellas, inclusive se despreocupa de lo que las normas dijeran al respecto de tratar con ellas por su condición social, como en el caso de la Samaritana (Lv 10,39; Jn 4, 5-43); más de una mujer fue sanada por él (Mc 1, 29ss; 5, 22ss; 7,24ss y pas. sim.); y en su predicación las actividades desempeñadas por las mujeres sirvieron de inspiración para explicar en qué consiste el Reino de los cielos (Mt 13, 33; Lc 15, 8ss)[1]. Es claro también, como dijo el papa Benedicto XVI, que “numerosas figuras femeninas desempeñaron un papel efectivo y valioso en la difusión del Evangelio”[2].

Ahora bien, en el marco de la celebración de la Semana Santa quiero hablar, en breve, sobre las mujeres presentes en la pasión, muerte y resurrección de Jesús y de cuatro lecciones que de ellas podemos aprender.

Antes de la Pasión

Previo a la pasión, siguiendo el evangelio según san Juan, tuvo lugar el encuentro de Jesús con la familia de Betania (Jn 12, 1-11): Lázaro, el hombre resucitado, Marta, la atenta ama de casa y su hermana María. Cerca el momento más álgido en la vida de Jesús estas hermanas le han brindado grandes gestos de hospitalidad. María es «la mujer de pensamientos internos profundos y cultivados» por eso sus actos van más allá de lo que otros pueden juzgar, como lo hizo Judas Iscariote al ver cómo ella ungía a Jesús. Tal evento de confianza familiar y amistad es descrito bellamente por Abraham Kuyper: «Marta había preparado la comida y se aseguraría que no faltara nada en la mesa. Pero María notó que faltaba algo. A la prosa, añadió poesía divina, ungiendo al Maestro amado con un frasco de perfume de nardo. Fue como si dedicara al Cordero de Dios al inminente sacrificio»[3]. Lección 1: hay que valorar lo más importante de la vida, que no siempre está a simple vista.

Durante la Pasión

Siguiendo el camino del Redentor, en todo el proceso de la pasión de Cristo fue acompañado por mujeres: personajes como la mujer de Pilato (Mt 27,19), la verónica y las piadosas mujeres (Lc 28,31). Son a estas últimas a quienes deseo que miremos por un instante. Puesto que Jesús, ya liberado un poco de la carga de la cruz por el Cirineo puede levantar la mirada y contemplar aquellas mujeres que lloran por él, nuevamente deja de pensar en sí para observar el sufrimiento de los otros. En ese momento, con palabras algo complejas, el condenado profeta les da un nuevo y más profundo motivo para llorar, pues «si por algo hay que llorar, no es por el dolor del perseguido, sino por el pecado de los perseguidores»[4], sentencia el sacerdote y periodista español, Martín Descalzo. Lección 2: Hay que saber contemplar el dolor del otro, y en Cristo podemos descubrir el sentido último del mismo.

En su muerte

En la cúspide de la entrega de Cristo y del Calvario, una mujer aparece una vez más: María la madre de Jesús, cuyo nombre quise reservar hasta este momento. Es en el cuarto evangelio donde la figura de María de Nazaret adquiere una nueva perspectiva. En Jn 19, 25-27 es narrado ese episodio con dos signos importantes: el título de «mujer» a María y la encomienda del discípulo amado de recibirla en su casa. Y como escribió el papa Benedicto XVI al explicar el sentido de la frase: «Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa», «la traducción literal es aún más fuerte; se podría expresar mas o menos así: la acogió entre sus propias cosas, la acogió en su más íntimo contexto de vida»[5]. Lección 3: Cristo, antes de dar la vida, nos ha dejado a María a quien debemos acoger en lo más íntimo de nuestras vidas.

En la Resurrección

El primer día de la semana, dirá el evangelista, María Magadalena se dirigió al sepulcro de Jesús y al encontrar la piedra fuera de lugar corrió a avisar a los discípulos (Jn 20, 10), y tras quedarse lloranto junto al sepulcro se converte en la primera testigo de la resurreción (Jn 20,11-18) llamada por San Gregorio Magno “testigo de la divina misericordia” y por Santo Tomás de Aquino “la apóstol de los apóstoles”[6]. Lección 4: Celebrar la Pascua, encontrarnos con el Resucitado, es un llamado a ser con los demás testigos de la resurrección.

La mujer de hoy para el mañana

Este discurso no puede agotar la riqueza de los pasajes donde estas mujeres son protagonistas y nos deja una gran reflexión a la puerta, mirar a cuantas mujeres conocemos y que tienen cualidades semejantes a las mujeres de la escritura: capaces de mirar el interior, compasivas, íntimas de Cristo y madres espirituales, testigos de su resurrección. Y es que, como menciona Pablo VI  en su mensaje final del Concilio Vaticano II: «Llega la hora, ha llegado la hora en que la vocación de la mujer se cumple en plenitud, la hora en que la mujer adquiere en el mundo una influencia, un peso, un poder jamás alcanzados hasta ahora. Por eso, en este momento en que la humanidad conoce una mutación tan profunda, las mujeres llenas del espíritu del Evangelio pueden ayudar tanto a que la humanidad no decaiga»[7].

Demos gracias a Dios por la vida femenina, complemento, “ayuda adecuada” (Gn 2, 18) y ejemplo que tanto a hombres y mujeres nos han sostenido en nuestra pasión, nos han acompañado en nuestra cruz y vivirán con nosotros la alegría de la Resurrección.


[1] Cf. L. Coenen-E. Beyreuther, Diccionario Teológico del Nuevo Testamento, III, Sígueme, Salamanca 19933, 129.

[2] Benedicto XVI, Audiencia general (14 de febrero de 2007).

[3] A. Kuyper, Mujeres del Nuevo Testamento, Clie, Barcelona 1983, 34.

[4] J.L.M. Descalzo, Vida y misterio de Jesús de Nazaret, Sígueme, Salamanca 200811, 931.

[5] J. Ratzinger – Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección, Encuentro, Madrid 2011, 257.

[6] Como lo menciona el decreto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, datado 3 de junio 2016, en el que se eleva el grado de celebración en el calendario romano de “Memoria obligatoria” a “Fiesta” por iniciativa del Papa Francisco.

[7] Pablo VI, Clausura del Concilio Ecuménico Vaticano II, Mensaje a las mujeres (8 de diciembre de 1965).

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Un comentario

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    Excelente trabajo Enrique