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Sergio Padilla Moreno

La vida del compositor Ludwig van Beethoven (1770-1827), merece todo un amplio tratado y seguramente en el contexto de la celebración por los 250 años de su nacimiento, a celebrarse en diciembre próximo, seguirá dando mucho de qué hablar. Hoy en día, Beethoven nos sigue maravillando, tanto en su enorme dimensión de compositor, así como en las diversas facetas -muchas de ellas atormentadas- de su humanidad. Musicalmente, Beethoven es heredero de Bach, Gluck, Haydn y Mozart, pero con él, la música fue llevada hacia nuevos derroteros; se le considera el primer gran compositor del romanticismo musical. El género de la sinfonía, los conciertos para piano y para violín, los cuartetos de cuerda y la misma ópera –a pesar de que sólo compuso una: Fidelio-, tienen, en Beethoven, un antes y un después.

En materia de música religiosa, Beethoven compuso solamente dos misas y un oratorio, a pesar de ser un hombre creyente y de una gran experiencia de Dios, aunque no muy ortodoxo ni apegado a los parámetros religiosos de su época. Alguna vez escribió en su diario esta oración: “¡Dios! ¡Dios! ¡Mi asilo, mi roca, mi todo! ¡Escúchame siempre, Inefable, escúchame, a mí, tan desgraciado, ¡el más desgraciado de todos los mortales!”

El oratorio Jesús en el Monte de los Olivos, fue estrenado el 5 de abril de 1803; está escrito sobre un texto de Franz Huber que recrea el pasaje evangélico previo a la aprehensión de Jesús; de hecho, bien pudiera ser una obra representada escénicamente. Es una composición donde hace un acercamiento muy humano y dramático a la figura de Jesucristo, el cual es representado por un tenor.

Mucho más conocida y apreciada es la Missa Solemnis, que surgió inicialmente como un homenaje del compositor a la toma de posesión de su amigo el archiduque Rodolfo en 1820; sin embargo, por diversas vicisitudes, la partitura quedó terminada hasta mediados de 1823. Varias partes de la misa se estrenaron junto con la majestuosa Novena Sinfonía el 7 de mayo de 1824. La Missa Solemnis es una obra extraña, dado lo extenso de la misma y lo complejo del lenguaje musical que utiliza Beethoven para ser una partitura de carácter religioso; nada parecido a las misas de todos sus antecesores. Destaca su potente expresividad y el perfecto maridaje de la música con los textos litúrgicos, ya que, por momentos, parece que la música se mete a los resquicios de cada verso y sondea en lo más profundo de su sentido. En ocasiones la música refleja un grito, en otras un profundo un lamento, y en otras más, una personalísima plegaria; es altamente contrastante, ya que pasa de pasajes de profunda intimidad a explosiones apoteóticas. Muchos biógrafos coinciden que la música de esta misa refleja el tormento íntimo de Beethoven, ya que, durante el periodo de composición de la obra, su oído se deterioró vertiginosamente, aunado a diversos padecimientos y enfermedades que desarrolló en esos años.

padilla@iteso.mx

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