Sergio Padilla Moreno
Hay una frase del escritor Albert Camus que se ha hecho referencial en el mundo de los artistas: “Si el mundo fuese claro no existiría el arte”, la cual corresponde a su ensayo El mito de Sísifo, publicado en octubre de 1942. Otra de las frases famosas de esta obra es cuando afirma que “la verdadera obra de arte está hecha siempre a la medida del hombre.” Y es que ambas afirmaciones surgieron hace unos días en una conversación académica donde se hablaba de la actualidad del arte antiguo, pues se cuestionaba acerca de ¿Por qué las comedias o las tragedias griegas, así como las creaciones literarias de todos los tiempos, nos siguen moviendo, gustando e impactando? La respuesta parece que salta a la vista: a pesar de los miles de años de desarrollo cultural y civilizatorio que lleva la humanidad, donde los adelantos tecnológicos siempre nos han admirado profundamente a lo largo de los siglos, los sentimientos y pasiones humanas siguen siendo las mismas desde hace muchos siglos.
Los hombres y mujeres de ahora seguimos sintiendo los gozos, celos, envidias, resentimientos, orgullos, amores y un sinnúmero de pasiones que han sentido los seres humanos de todos los tiempos. Es por eso que nos podemos sentir identificados con la valentía y miedo de Héctor al enfrentar a Aquiles afuera de las murallas de Troya, tal como nos lo narra Homero en la Ilíada; o podemos sentir la culebra venenosa de los celos a partir del drama Otello de William Shakespeare, así como los vaivenes emocionales y sus consecuencias morales en la protagonista de Madame Bovary de Gustave Flaubert.
Si a todas estas cuestiones humanas, que son reflejadas en las grandes obras de la literatura, las envolvemos en música, tenemos el género de la ópera, una de las más completas manifestaciones artísticas que ha logrado el ser humano. Las más hermosas y famosas óperas tienen música inspirada, sin duda, pero es importante reconocerlas todavía más cuando se amalgaman, magistralmente, con historias en las que nos vemos reflejados. Nadie puede quedar ajeno a los vaivenes emocionales de la protagonista de La traviata de Verdi, o sentirse identificados del profundo amor y preocupación paterna de Rigoletto, el famoso bufón. Y qué tal el amor entre Tristán e Isolda de Wagner. O la historia de Don José, quien pierde la cabeza al enamorarse de la gitana que da nombre a la hermosa ópera Carmen, de Bizet. Nadie puede quedar indiferente ante el dilema de la protagonista de Tosca, de Puccini, al decidir sacrificar su honra con tal de salvar a su amado Mario Cavaradossi del malvado Scarpia. La ópera no nos deja indiferentes, pues ello está en su esencia, si es que nos dejamos confrontar por los distintos personajes y sus muy humanos procesos.