Cardenal José Francisco Robles Ortega,
Arzobispo de Guadalajara
Hermanas y hermanos en el Señor:
Jesús dirigía palabras muy duras a los escribas y fariseos por la falsedad de sus acciones. Se refería a estos guías religiosos de su tiempo, pero no pensemos que lo que decía el Señor era solo para ellos, sino que debemos aplicarlo también a nuestra vida de discípulos.
No hagamos, pues, arreglos a la Palabra de Dios, pensando que somos excluidos de su mensaje. Jesús es el único
Maestro, nuestro Maestro.
¿Qué es lo que cuestiona Jesús a los dirigentes religiosos de su tiempo? Primero, su incoherencia de vida, que predicaran una cosa y en su vida hicieran otra. Lo que enseñaban era verdad, pero con su vida estaban diciendo otra cosa.
La segunda crítica es su imposición legalista insoportable; la ley se debía cumplir, pero para los demás, no para ellos.
En la tercera crítica, Cristo reprueba su exhibicionismo, porque son dirigentes que se quieren lucir en todas las circunstancias y en todos los lugares para recibir elogios, el alimento de su vanidad.
Cristo nos pide a sus discípulos que nos veamos como hermanos, que no nos demos títulos o elogios inútiles que no van con la dignidad de ser hijos del mismo Padre y de ser hermanos entre nosotros.
El Señor no está desconociendo el principio de autoridad en su Iglesia, sino que los títulos deben ser de servicio, no de falsas alabanzas.
Jesús reconoce puestos de autoridad en su Iglesia, pero estos no deben ser para oprimir, para juzgar, para pisar la dignidad del derecho de los demás.
El que tiene el servicio en la Iglesia de ser el primero, de ser el coordinador, debe ejercerlo para fomentar y hacer crecer las relaciones de fraternidad en la Iglesia.
La autoridad en la Iglesia se debe ver como un servicio al amor, a la dignidad, a la promoción y a la participación de todos, que nadie se sienta menos o que nadie se sienta que queda fuera de la comunidad. La autoridad es para servir a la comunión, a la fraternidad, a la sensibilidad de mirar las necesidades de los demás y de atenderlas.
Esto nos quiere decir Jesús a todos, que tengamos el papel que tengamos, que sea cual fuere nuestra vocación, estamos al servicio de la comunión, de la fraternidad y del amor.
Pensemos, por ejemplo, en el papel que tienen los padres de familia. Tienen una jerarquía, y están llamados a ejercerla no para oprimir o humillar a sus hijos, sino para servir, por amor, al crecimiento integral de ellos; están llamados a construir relaciones sanas.
Siempre en las familias se corre el riesgo de que haya envidias, reclamos, intrigas, y muchas veces, violencia. Ante esto,
los papás deben ejercer la autoridad de promover sentimientos de paz, de reconciliación, de armonía y de cooperación de la familia, ser agentes de fraternidad, de inclusión, de amor y de perdón.
No andemos creyéndonos más que los demás, y menos esperando que los demás nos reconozcan y nos alaguen.
Por eso, Jesús señala con claridad: “Que el mayor de entre ustedes sea el servidor, porque el que se enaltece, será humillado, y el que se humilla, será enaltecido” (Mt 23,12).
Yo les bendigo en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.