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Nos interesa a los ciudadanos, sobre todo, seguir tejiendo hilos que nos lleven a construir la
paz, no solo porque las autoridades han sido desbordadas por la inseguridad que provocan los grupos criminales, sino porque es una responsabilidad que se debe convertir en un compromiso social común, por nuestro propio bien.
Por el motivo que sea (impotencia, corrupción, complicidad), las autoridades no han podido frenar la inercia destructiva que ha cobrado la vida de criminales e inocentes, por lo que no podemos esperar a ver si nos toca o no, vernos perjudicados; sino que, desde nuestras posibilidades e influencia, colaborar a que, por lo menos, el daño no sea mayor.
Habíamos mencionado algunos hilos imprescindibles que debemos tejer para alcanzar tranquilidad: vivir la democracia, promover un desarrollo integral, propiciar una cultura de paz y mejorar la educación.
En este sentido, subrayamos que urge un nuevo modelo educativo que construya valores, actitudes y conductas pacíficas y amistosas, para que sepamos resolver las diferencias y los conflictos de manera ordenada.

Un modelo educativo que no esté ideologizado, que no sea tendencioso, que no sea manipulador de conciencias.

Por el contrario, urge un modelo educativo que enseñe a pensar, a argumentar, a ser creativos y críticos, a
vincular la acción con la reflexión, a liberar de prejuicios y a manejar constructivamente las relaciones, con el fin de sembrar un bienestar como condición de un bien convivir.
Estamos muy lejos de este bien convivir. Estamos rodeados de crímenes por todos lados, de diferente grado y manufactura. El crimen, como escribe Dostoyevsky, “es una protesta contra la anormalidad del régimen social” (Crimen y castigo, parte III, cap. 5). Esta anormalidad la hemos dejado crecer autoridades y ciudadanos, y no sabemos cómo detenerla y, peor aún, no sabemos hasta dónde pueda llegar.
La situación presente es expresión de la carencia de educación y de salud en nuestro país, que significa abandono, exclusión y desprecio a nuestras regiones. Algunos gobernantes y empresas no las olvidan, pero para aprovecharse de ellas, para explotarlas (en la Tarahumara, por ejemplo). ¡Qué esperanza que vayan a promover la educación de la gente de esas regiones, porque significaría sacarlas de su ignorancia y promover su pensamiento!
Esto sería peligroso.

Solo con una buena educación y atención a la salud podemos convertirnos en artesanos de paz
en las familias, en las comunidades y en las instituciones.

Pero que esta educación y salud promovidas por quien tiene el deber de hacerlo no sean contempladas como dádiva, como inversión electoral, al estilo de hacerse sentir necesarios o que es un favor que hay
que devolver a los funcionarios públicos. Se hacen despreciables cuando así lo realizan. “Para socorrer al
prójimo es preciso empezar por tener derecho a hacerlo” (Crimen y castigo, parte III, cap. 3), y muchos
gobernantes no han alcanzado este derecho, porque solo ven en sus gobernados presas de caza, destinatarios de servicios que, aparte de mendingarles, tienen que regresarlos en reconocimiento en las urnas.
Quien así lo hace, no comete actos de corrupción; ellos son la corrupción en persona.
Todavía nos falta mucho camino que recorrer a los ciudadanos en materia de educación cívica.

@arquimedios_gdl

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