José Eduardo Padilla Santiago
Tercero de Teología
Al sonar el timbre que indica la preparación para la Santa Misa, el ambiente en el Seminario de Guadalajara se torna más ceremonioso y apresurado. Los integrantes de la Schola Cantorum -escuela de cantores- se apresuran a vestir la sotana y la cota, uniforme distintivo de los seminaristas y se dirigen al sitio que corresponde al coro, junto al órgano tubular. Toman su carpeta con las partituras correspondientes y ocupan su lugar de acuerdo a la tesitura de su voz. Ha llegado el momento de participar en la celebración litúrgica mediante el canto -¡no como algo externo o un mero adorno!- sino insertado verdaderamente en la dinámica de la celebración litúrgica.
En las distintas solemnidades y fiestas del año litúrgico, la Schola Cantorum se encarga de hacer más solemnes las celebraciones a través del canto y de la música sagrada. Obras de autores consagrados como Lorenzo Perosi, Licinio Refice, Carlo Rossini, Pietro A. Yon y Domingo Lobato por mencionar algunos, junto con los cantos gregorianos que en la simplicidad monódica guardan una belleza extraordinaria y en la tradición siempre viva de la Iglesia, cobran vida en las voces viriles de más de 50 seminaristas, envolviendo en ecos sonoros la capilla del Seminario Mayor que se elevan al cielo como un incienso de precioso aroma que unido al Sacrificio de Cristo da gloria al Único Dios vivo y verdadero.
En nuestro Seminario la música sagrada tiene un lugar preeminente, por tal motivo los seminaristas integrantes de la Schola Cantorum, se preparan 3 días a la semana en el estudio técnico de la música, solfeo y vocalización, de manera que puedan adquirir los conocimientos y la técnica necesarios que les permitan entonar las obras que se cantarán en la Sagrada Liturgia, las cuales siempre guardan cierto grado de dificultad. Como una de las bellas artes, la música requiere de virtud y técnica en su ejecución. Pero esto no es todo, el estudio de la liturgia como parte fundamental de la formación en el Seminario hace que la música dentro de nuestras celebraciones sea realmente oración viva y se ejecute de acuerdo con las normas prescritas para las celebraciones. Es loable, pues, que en los lugares de formación sacerdotal se tenga este aprecio por la música sagrada.
La Sagrada Escritura constantemente hace alusión a la música como una de las expresiones más sublimes para dar gloria a Dios: el pueblo de Israel entonó un cántico al Señor al pasar el Mar Rojo y verse libre de los egipcios (Ex 15,1ss); Ana canta llena de gozo al ofrecer al niño Samuel al Señor (1Sam 2,1-10) y la Santísima Virgen María, exulta por las maravillas que el Altísimo ha obrado en la pequeñez de su Sierva (Lc 1,46-55). Los mismos salmos, en su estructura, no son otra cosa –en cuanto a su género literario- que poemas escritos para cantarse y acompañarse con instrumentos sonoros. En la Última Cena, donde se instituye la Santa Misa, Nuestro Señor Jesucristo entonó himnos y salmos junto con sus Apóstoles (Mt 26, 30). Desde entonces y de forma ininterrumpida, la música ha acompañado la celebración de la Cena del Señor, pasando por todas las épocas y sus distintas formas musicales hasta el día de hoy.
Dios nos ofrece lo mejor de Sí mismo en la Sagrada Liturgia: su Palabra que se expresa en lo mejor de la palabra humana, y a su Hijo único, Nuestro Señor Jesucristo, que se hace presente con su misterio Pascual en los dones de pan y de vino, signos de lo mejor de nuestro trabajo y de los frutos de la tierra. Es pues la Santa Misa el encuentro de lo mejor de Dios con lo mejor de nosotros. Conforme a esta correspondencia, nunca serán suficientes los esfuerzos por ejecutar, de la mejor manera, la música dentro de la Santa Misa, teniendo también en cuenta que en ella el cielo se hace presente en la tierra y nos unimos a los coros de los santos y de los ángeles para cantar a una sola voz la gloria de Dios.
¡Cierto!
Las ceremonias litúrgicas siempre han tenido un gran realce con estas magníficas y educadas voces.
Ojalá existieran ediciones grabadas de la Schola Cantorum, que pudiéramos conseguir los amantes de la música sacra.
Si los hay, seríamos muchos interesados en coeccionarlos.