Román Ramírez Carrillo
La poesía religiosa es una fuente temática inagotable. Desde el poema de «Mío Cid», muchos poetas han cantado a Dios, y quien dice a Dios dice a la Virgen y la corte celestial. Y no es porque la fe sea un tema literario, sino una condición como bien se echa de ver por parte de todos.
La «Oración de Jimena» en el poema de «Mío Cid» es la muestra de poesía religiosa más antigua que conocemos en lengua española. Alguien ha dicho que «el poeta – después del sacerdote- ha recibido en todos los tiempos la misión de dar respuesta natural a la llamada de Dios. La poesía religiosa es la manifestación literaria más antigua y perdurable en las literaturas conocidas.
Los poetas que tratan el tema de la Semana Santa, son hombres sensibles ante la trascendencia, que captan con hondura la belleza que encierra tal manifestación popular y saben expresarla, con emoción espiritual.
Aquí en Guadalajara, los poetas y escritores José Bru, Raúl Bañuelos y Dante Medina, realizaron una Antología, que titularon “Hablar con Dios en Español”, presentado en el año 2004, con ocasión del Encuentro Eucarístico Internacional. Una Antología, donde los poetas, dialogan con Dios sobre el mundo que él creó, en ese sentido, los poetas nos enseñan cómo comunicarnos con Dios.
Los poetas en Semana Santa sencillamente proclaman “urbi et orbi”: que Jesús Verbo encarnado, padeció, murió y resucitó. La poesía logra acercarnos al gran drama, que muchos han entendido a veces mejor que los teólogos, los biblistas o los grandes autores de Ascética y Mística, este misterio.
Podemos hacer un recorrido por los diferentes momentos de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo a través de los poetas.
Para ellos, la opción para ser seguidor de Jesús, no deja lugar a dudas: eligen al Cristo que sufre y muere, el Cristo del Madero, pero que al final resucita, pulverizando las lápidas del sepulcro, haciendo añicos las fronteras de la muerte y el pecado.
El pueblo también lo ha entendido y sentido así, y lo manifiesta a través de múltiples expresiones de la piedad tradicional.
Para los Jaliscienses, la Semana Santa es mucho más que una simple celebración del calendario litúrgico. Impregna su vida entera durante todo el año. Marca en ella un antes y un después en la organización de su tiempo vital. Y lo hace de manera singular mediante expresiones en los grupos o comunidades civiles y religiosas.
Proponemos siete poemas, uno por cada día de la Semana Santa, que ahora les sugerimos, desde ese Soneto a Jesús Crucificado de Fray Miguel de Guevara, de hermoso comienzo, como deLope de Vega, Frasinello, Vicente Huidobro, Jaime Sabines, León Felipe y el poema inmenso en su humildad de la alondra y el alero, de Alfredo R. Placencia.
Son poemas para creyentes y no creyentes. Para todos. Simplemente leámoslos en casa, en familia, ante un Crucifijo y un Cirio de la Pascua en Familia; y disfrutemos de su belleza.
Los poetas que abordan el tema de la Semana Santa, cada uno de ellos saben que la oración se hace poesía y la poesía, se hace oración.
¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
Lope de Vega (1562-1635)
¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta cubierto de rocío
pasas las noches del invierno escuras?
¡Cuántas veces el Ángel me
decía:
«Alma, asómate agora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!
¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!
Jesús es condenado a muerte
Benjamín Sánchez Espinoza, Fr’Asinello (Jalisco/México, 1923)
Et non respondit ei ad ullum verbum. Mateo 27,14
Y no respondió a ninguna acusación. (Mt. 27,14)
Te condenaron a muerte tu silencio y mi silencio.
Las gargantas en tumulto ante el Pretor somnoliento, lapidaron con sus gritos
el mármol de tu silencio.
Tu mutismo era una estatua de blancura y de misterio…
“¡Habla, Jesús, que te matan!
Arropada en tu silencio la muerte viene volando
entre graznidos de cuervos.
¡Habla, Señor, tu palabra, como un huracán de fuego, salga de tu boca
y queme lo falso de los denuestos!
¿Por qué te quedas callado si eres el Divino Verbo…?”
Lo condenaron a muerte su silencio y mi silencio.
Escupieron las gargantas alaridos a mi miedo.
Al oleaje de gritos
debí levantar mi pecho
-dique de amor y diamante- contra el torrente protervo.
Pero fui arena medrosa que no supo defenderlo.
Debí gritarles:
“¡Judíos, yo soy,
yo soy el perverso;
a mí la hiel, las espinas, a mí la cruz y el flagelo!”, pero se anudó a mi voz
la vil serpiente del miedo.
¡Pastores, por cobardía me mataron mi Cordero:
fue más fuerte que mi amor el ladrido de los perros…!
Lo condenaron a muerte su silencio y mi silencio: uno, silencio de amor;
otro, silencio de miedo. condenaron a muerte tu silencio y mi silencio. Las gargantas en tumulto ante el Pretor somnoliento, lapidaron con sus gritos el mármol de tu silencio…”¡
Asombro
Luis G. Urbina (México, 1864-1934)
Te bendigo, Señor, en la hora buena. Te bendigo, Señor, en la hora aciaga. Te bendigo en el goce y en la pena. Te bendigo en el beso y en la llaga.
¿Qué sabe el grano mísero de arena, que en los cantiles de la costa vaga, del misterio del mar? Oye que suena. Lo ve infinito. Y en su luz se embriaga.
Tú eres el mar. Yo, el átomo. ¡Serena tu inmensidad, Señor! La muerte amaga mi vida que de escorias está llena.
Que en mi dócil espíritu se haga tu voluntad. Bendeciré mi pena, querré mi angustia, besaré mi llaga.
No tengas miedo
Patricia Medina (Jalisco/México, 1947)
No tengas miedo, Dios
yo estoy contigo adentro de tus ojos que me miran
girando desde el caos por si llegaran
los doce incomprendidos a azotar nuestra puerta
con plegarias milagros y rosarios
Nada habrás de temer,
Pronunciaré tu nombre como quien dice pan
Te aliaré con el padre sin que sepan quebrantado tu espíritu
No tengas miedo, dos piensan mejor que uno
y tú me hiciste fiel a tu semejanza.
Para tu amor, Señor
Jaime Sabines (México, 1926-1999)
Para tu amor, Señor, no tengo apenas otra cosa qué dar que mi tristeza, mis dos hijos, mi cama y mis penas, mis esperanzas y mis noches buenas.
Para tu amor, Señor, no tengo nada, nada más que mis huesos y prisas, mis ojos, mis cabellos y mi almohada y mi boca, repleta de cenizas.
Para tu amor, Señor, de mano abierta y corazón arrodillado y manso, aquí me estoy al pie de tu puerta y me regocijo y me canso.
Siete noches de insomnio
Jorge Orendáin (Jalisco/México, 1967)
Algo de la sangre de Dios traigo en las venas
Llevo trozos de montaña
ríos y Evas que no cesan de gritarme
En la mano guardo una estrella
y amarrado tengo un cometa en su conciencia de papalote
Algo de Dios traigo en la sangre
Siete noches me esperan con su luna de insomnio
Dormiré en el sueño del sol
Cuando algo de mi sangre habite en las venas de Dios
despertaré con la muerte
Hazme una cruz sencilla
León Felipe (España, 1884-1968)
Hazme una cruz sencilla,
carpintero…
sin añadidos
ni ornamentos…
que se vean desnudos
los maderos,
desnudos
y decididamente rectos:
los brazos en abrazo hacia la tierra,
el astil disparándose a los cielos.
Mi Crucifijo
Vicente Huidobro (Chile, 1893-1948)
Sobre mi lecho miro tu faz doliente,
tus brazos siempre abiertos, tu pecho herido,
tu corona de espinas sobre la frente,
y tus labios que lanzan triste gemido.
Que con amor me miras se me figura, y aunque tus ojos dulces están nublados leo en el fondo de ellos mucha ternura, mucha piedad, acaso, con los culpados.
Ámame, Cristo mío, de faz llorosa, lleva en tu pecho tierno mi nombre escrito. Tiende hacia mí tu mano siempre piadosa, tus ojos que se pierden en lo infinito.
Tú que sabes de penas y de amarguras da consuelo a las mías, ¡oh Cristo amado! Tú a quien sólo yo cuento mis desventuras ante tus pies benditos arrodillado.
Y cuando en mi agonía tiemble de frío, nadie te aparte, nadie, de mi mirada; llevarte entre mis manos es lo que ansío a la postrera, eterna, feliz morada.
Soneto a Jesús Crucificado
Fray Miguel de Guevara (México, 1585-1646)
No me mueve, mi Dios, para quererte,
el cielo que me tienes prometido,
Ni me mueve el infierno tan temido ira dejar por eso de ofenderte.
Tu me mueves, Señor: muéveme el verte avado en una cruz y escarnecido, Muéveme el ver tu cuerpo tan herido, muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera que, aunque no hubiera cielo, yo te amara aunque no hubiera infierno, te temiera.
No tienes que me dar porque te quiera, porque aunque lo que espero no esperara, mismo que te quiero te quisiera.
Mi Cristo de cobre
Alfredo R. Placencia (Jalisco / México, 1873-1930)
Quiero un lecho raído, burdo, austero
del hospital más pobre; quiero una
alondra que me cante en el alero;
Para qué más fortuna
que mi lecho de pobre,
y mi rayo de luna,
y mi alondra y mi alero,
y mi Cristo de cobre,
que ha de ser lo primero…?
Con toda esa fortuna
y con mi atroz inmensidad de olvido,
contento moriré; nada más pido.