Martin Gerardo Cruz Ruiz
Soy Matilde R. he vivido mi catolicismo, de una manera muy bendecida por Dios, nací en una familia de buenas costumbres, y a través de retiros y algunos movimientos en la Iglesia, me fui preparando y creciendo espiritualmente, pasando, se puede decir, de una conversión a otra.
Fue un día que al asistir con mi director espiritual, le pedí que me dijera, cómo podía yo crecer más espiritualmente.
Lo que se ve y lo que no se ve
Me dijo que le pidiera a Dios en oración, que me mostrara lo que yo debía corregir para no tener que ser corregida por el Señor. Que le preguntara a Dios, si en mí había algo de lo que se llama la soberbia de los buenos. Me dijo el padre, que de la soberbia terrible que acompaña a los pecados, conocemos sólo lo que salta a la vista y es muy evidente. Pero que hay otra soberbia, de la cual no somos conscientes algunas personas y que sólo Dios nos la puede mostrar. En qué y en dónde está, en nuestros pensamientos, palabras y obras. Que normalmente pasa desapercibida.
Me dijo que esta soberbia, se llama soberbia espiritual perfecta. La cual consiste en una adoración interna a uno mismo, un incienso que nos damos, sintiéndonos más buenos que los demás, y muy cumplidores. Aunque decimos que somos pecadores, una secreta y sabrosa duda surge en nuestro interior.
Así lo hice, y para mi desagradable sorpresa, supe cuáles habían sido mis malas actitudes desde mi infancia, y sentí mucho enojo y dolor, no lo podía creer.
La incomodidad de ser soberbios
El padre me dijo que ese gran enojo, dolor y ese no poderlo creer, ya era un signo de tenerla.
“La santidad no es la que nosotros vemos a nuestros propios ojos, cuando nos examinamos y que nos gusta mostrar ante los demás. Sino la que Dios ve en nosotros y él mismo va poniendo“
La solución es la crucifixión de las pasiones desordenadas. El sacrificio vivo, la destrucción del hombre viejo, en la práctica sólida de las virtudes morales.
Aunque fue un momento difícil tengo confianza en Dios, que su providencia me librará del fuego eterno, porque yo sé que me ha librado muchas veces, tal vez me he dado cuenta a veces y otras ocasiones, no he visto de lo que Dios me ha librado. Tal vez algún día sabré, de su continua, protección y bondad para conmigo. Sólo él puede darme un corazón manso y humilde como el de Jesús. Y como dice su Palabra poner en mi mente y en mi corazón sus preceptos.
Este es el pacto que después de aquel tiempo haré con el pueblo de Israel —afirma el Señor—: Pondré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón. Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo.
Jeremías 31,33