Pbro. Armando González Escoto
La visita anual de la imagen de la Virgen de Zapopan a la ciudad de Guadalajara puede ser vista desde distintos ángulos, así: una tradición, una muestra de religiosidad popular, un evento religioso, una expresión de cultura católica, un festejo popular, etc. Los enfoques dependerán de varios factores, así: la formación del observador que puede ser, teológica, sociológica, etnográfica, filosófica, culturalista; también dependerá de qué tan profunda sea esa formación, de si está acompañada de prejuicios o preferencias devocionales, de visiones parciales, e incluso si el que opina carece por completo de formación alguna.
Al margen de esta realidad a la que inevitablemente se sujeta toda tradición, habría que pensar que el enfoque correcto es el que integra el mayor número de disciplinas a la hora de aplicar un análisis, que en este caso, debe ser tanto diacrónico, es decir, un enfoque histórico, de trayectoria, como sincrónico, es decir, un enfoque que se apoya en las distintas disciplinas sociológicas aplicadas al análisis de una tradición no desde su origen y evolución, sino desde su realización concreta aquí y ahora. En efecto, la historia nos explica cómo surge una tradición, la sociología nos dice por qué la sociedad la sostiene en el presente, y un análisis que une ambas ciencias nos explica la pervivencia de la tradición a lo largo del tiempo, y a lo ancho de los diversos componentes de la sociedad.
Naturalmente, las personas y las comunidades que dan vida a esta tradición de la visita anual de la Virgen no se detienen en esta compleja serie de investigaciones ni suele interesarles, la gente vive su tradición de la misma forma en que respira, sin ser experta en el funcionamiento del sistema respiratorio humano, y así como respira porque es vital, así vive su tradición, porque es también vital.
Pese a lo que se pudiera pensar, los ciclos anuales no repiten ritos, confirman actitudes, no son expresión de añoranzas sino de convicciones, fortalecen la vivencia comunitaria de los valores y proyectan el sentido de identidad y pertenencia hacia el futuro, arraigan la identificación con una específica cosmovisión, y reparan, año tras año, los deterioros de la creencia. Estos factores brindan igualmente seguridad y certeza a la comunidad, lo mismo a la que participa que a la que observa, por lo mismo se habla desde la Iglesia, de la importancia pastoral de esta visita anual, aunque no siempre sepamos explicar con claridad en qué radica esa importancia pastoral; lo peor sería no advertirla o subestimarla.
La actual crisis de salud nos reta como comunidad, pues debemos expresar toda nuestra creatividad para que ésta muy apreciada tradición no sea también víctima de la pandemia, ni ocasión para que la pandemia se amplifique, si bien, a veces lo que nos falta no son recursos sino esa fe con la cual nuestros antepasados enfrentaron y superaron peores epidemias y calamidades. Como dijo el ranchero, “para predicarle a nuestro Cristo, hay primero que tenerle devoción”.
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