Pbro. José Marcos Castellón Pérez
La oración de las “Horas” es una función sacerdotal de la Iglesia que, en la voz de quienes la recitan, alaba a Dios y consagra el curso del tiempo al Señor. Es la voz de la Esposa que en diálogo amoroso se dirige a su Esposo. Quienes oran con la “Liturgia de las Horas” tienen el honor de ser la voz orante de la Esposa de Cristo que ora con la Palabra.
La Liturgia de las Horas es una oración esencialmente bíblica, tomada del libro de los Salmos, donde se nos ofrece la misma Palabra de Dios para hablar con Dios. De este modo, el que ora con los salmos llega a tener los mismos criterios y sentimientos de Dios, pues su Palabra va permeando toda la vida. La Liturgia de las Horas es escuela de oración enraizada en el corazón, pues en los Salmos se experimientan y expresan toda una gama de sentimientos humanos que son presentados a Dios: gozo, dolor, angustia, esperanza, temor, ansiedad. Por ello, es en la oración de los Salmos donde nos podemos reconocer.
Quizá en un primer momento puede que cueste entender el significado de algunos Salmos, pero así como el lenguaje de los padres estructura la forma de pensar y de expresar del niño, así la oración con los Salmos va estructurando la vida cristiana de quien ora a través de ellos. En un primer momento el niño no entiende las expresiones, pero poco a poco las va asimilando hasta hacerlas suyas no sólo porque llega a entenderlas, sino porque han llegado a ser la forma más propia de expresar sus propias experiencias de vida.
La complejidad de las experiencias humanas tiene como paralelo la complejidad de las formas literarias con las que se ha compuesto el libro de los Salmos: himnos, lamentaciones, súplicas, acción de gracias, etc. Sin embargo, se pueden sintetizar en dos grandes ámbitos: la súplica y la alabanza. Hay una correlación entre la súplica y la alabanza. La súplica se hace en un momento de necesidad en la que sólo se puede pedir el auxilio que viene de lo alto; la alabanza se eleva como acción de gracias de una gracia recibida en un momento de necesidad. Tanto la súplica como la alabanza son un reconocimiento de la bondad de Dios.
Los judíos llaman al libro de los Salmos tehillím, que quiere decir «alabanzas». En definitiva, incluso en las experiencias más trágicas de la vida, el creyente alaba a Dios y le da gracias, porque en todo momento, sobre todo en los más difíciles, Dios permanece como vida y luz. «Se puede llorar, suplicar, interceder, lamentarse, pero con la conciencia de que estamos caminando hacia la luz, donde la alabanza podrá ser definitiva» (Benedicto XVI).