Hermanas y hermanos en el Señor:
La Palabra de Dios, al final del año litúrgico, nos pone delante la meta hacia la que nos dirigimos en esta vida, es decir, vamos caminando para celebrar un día el encuentro definitivo con nuestro salvador Jesucristo.
Es importante que tengamos en cuenta esta verdad y cómo nos estamos preparando para este encuentro definitivo con Él, cuando se termine nuestra peregrinación por esta vida.
Jesús nos presenta varias parábolas en este sentido, entre ellas, la del grupo de diez jóvenes, que nos habla de que cinco de ellas eran descuidadas, porque tenían sus lámparas encendidas, pero no tenían más aceite para llenarlas; en cambio, otras cinco eran previsoras, con su reserva de aceite, de tal manera que si el esposo, al que estaban esperando, se tardaba en llegar, estaban listas para cualquier momento.
No se trata de que unas eran buenas y las otras malas, sino de pensar si todas estaban con la misma actitud. Todas estaban esperando, pero la diferencia era el ánimo con que esperaban, con qué disponibilidad se encontraban para esperar.
Nosotros, los discípulos de Jesús, debemos vivir nuestra vida en una permanente espera de celebrar el encuentro definitivo con nuestro Salvador, pero tenemos que revisar, además, con qué actitud estamos esperando, con qué actitud nos disponemos a recibirlo.
La parábola hace mucho énfasis en la lámpara de cada joven. Indica que se trata de su propia vida. Cada uno estamos en espera de llegar a encontrarnos con Jesús, pero cada uno es responsable, desde su propia identidad, desde su propia personalidad, de sus decisiones.
Nos debemos preguntar: ¿Con qué actitud nos disponemos a celebrar el encuentro definitivo con el Señor? ¿Qué valores trabajamos en nuestra vida para estar dispuesto a celebrar el encuentro con Cristo?
¿Qué virtudes vivimos para disponernos a este encuentro? ¿Qué opciones tomamos para prepararnos mejor?
Cada uno debe preguntarse, además, cómo está trabajando su disposición personal, es decir, no basta con la fe recibida, sino que hay que alimentarla con el aceite de la caridad activa, servicial, que tome en cuenta las necesidades de los hermanos, para que, desde la luz de la fe, salgamos al encuentro de sus necesidades y las aliviemos con el aceite de la caridad.
La fe y la caridad nutren nuestra esperanza para que el encuentro con el Señor sea un momento salvífico.
Se trata de que vivamos cada vez mejor preparados, y no porque nuestra muerte tenga que ser pronto, sino que lo importante es que tengamos la conciencia de ello, trabajando día a día el encuentro de salvación.
No solo se trata de decir: “Señor, Señor, ábrenos”, sino de estar cumpliendo en obediencia sus mandamientos. En el Padre Nuestro decimos: “Hágase tu voluntad”, es decir, nosotros, hijos de Dios, nos esforzamos por conocer cuál es la voluntad de Dios y nos hacemos obedientes a esa voluntad, en todos los aspectos de nuestra vida (personal, familiar, laboral, de negocios, etc.). Se supone que ponemos por delante su voluntad.
Si queremos participar del banquete eterno, es mejor que vivamos conscientes y que vivamos preparados, con la luz de la fe encendida, pero también con el aceite del amor, del servicio, de la caridad.
Yo les bendigo en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.