ARMANDO GONZÁLEZ ESCOTO
Todas las sociedades tienden a mitificar sus orígenes cuando ha pasado ya el tiempo necesario para olvidar lo que realmente sucedió.
La comunidad católica no ha sido una excepción, sobre todo porque las visiones del pasado no se construyen en el pasado en que ocurren, sino muchos años después. Nuestra visión de lo ocurrido en el siglo XVI se escribió en la primera mitad del siglo XVII, con base a lo que los autores veían en el siglo XVII y, desde luego, sin la posibilidad o el interés de investigar en los archivos del siglo XVI, en todo caso entrevistaban a gente longeva, muy poca por supuesto, y se atenían a sus testimonios muchas veces contradictorios, inexactos o infundados.
Los historiadores del siglo XIX y parte del XX tenían ya acceso a los archivos, pero su mentalidad no les permitía publicar lo que descubrían, aún más, tendieron con demasiada facilidad a ocultar hechos que contravenían las creencias posteriores, esta tendencia no ha sido superada del todo hasta el momento presente.
No obstante, ya en la primera mitad del siglo XX, el notable historiador francés Robert Ricard pudo publicar lo que sería la primera historia crítica y fundamentada en archivos, de la evangelización en México en el siglo XVI, obra colosal conocida como “La conquista espiritual de México”, que sigue circulando. Posteriormente el jesuita colombiano Eduardo Cárdenas, publicó un estudio de mayor amplitud, pero siempre centrado en la evangelización del siglo XVI.
Ambos estudios recalcan la grave crisis de
la evangelización que ocurrió entre los años 1550 y 1560 en México, particularmente, pues a decir de obispos y misioneros, la evangelización no sólo no prosperaba, sino que daba marcha atrás, indígenas bautizados volvían a sus antiguas creencias, o sólo fingían convertirse para evitar la insistencia de los misioneros, o mezclaban su religión anterior con la cristiana, o simplemente escapaban a las serranías y a las barrancas para proseguir en sus creencias.
Ante este escenario muchos misioneros apenas llegados buscaban regresar a España, lo que motivó al rey Felipe II a decretar que ningún misionero que aceptara venir a estas tierras, podía regresarse antes de diez años.
En realidad, lo que sucedía es que había terminado el primer idealismo misional, y la cruda realidad estaba haciendo madurar a los evangelizadores, por supuesto, expectativas más realistas en esto de evangelizar a poblaciones que por siglos habían seguido otras creencias. Este nuevo esfuerzo, más contenido y enfocado es lo que en realidad producirá fruto, pero ya en el siglo XVII. Como dijera monseñor Mullor, la evangelización de masas tarda mucho en fructificar.
Algo semejante nos puede beneficiar ahora, si dejando de lado idealismos utópicos pastorales, nos aplicamos a un examen más sincero de lo que se está haciendo, de sus resultados reales y muy concretos, y de los nuevos recursos y caminos que tendrán que aportarse si pretende tener fruto.
armando.gon@univa.mx