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Los presbíteros, que etimológicamente significa ancianos sabios, también conocidos comúnmente como sacerdotes, son los inmediatos colaboradores del Obispo, quienes, por el sacramento del orden, han recibido la potestad de ofrecer el sacrificio eucarístico y el de perdonar los pecados en nombre del Señor, conforme enseña el Concilio Vaticano II (cf PO 2). Gracias a Dios tenemos ya una teología muy elaborada después del decreto conciliar Presbyterorum Ordinis, ya referido, y la exhortación postsinodal Pastores Dabo Vobis de san Juan Pablo II, concretada en el Directorio para la vida y ministerio de los Presbíteros. Aunque la reflexión teológica sobre el sacramento del Orden Sagrado no ha terminado.
La diocesaneidad, es decir la identidad propia de una Iglesia particular o diócesis, se ha de decir que es lo más característico de la espiritualidad del presbítero diocesano, puesto que por la ordenación o la incardinación está en una relación estrecha con una Iglesia particular determinada; en esta Iglesia es colaborador del Obispo, ejerce su ministerio con caridad pastoral, es hermano y miembro del colegio presbiteral. La incardinación, sea por ordenación o por un acto administrativo del Obispo, es más que un trámite jurídico; es el compromiso personal de servir y realizar el ministerio en esta Iglesia particular para toda la vida. Podemos pensar que existe en la incardinación un paralelismo con el cuarto voto de los monjes, que por él quedan ligados de por vida a un monasterio concreto para ahí vivir su vocación monacal.

Por la incardinación, el presbítero tiene una relación de disponibilidad al Obispo diocesano, al que ha prometido obediencia poniendo sus manos entre las de él, en señal de “ponerse en sus manos”, tratarlo con obediencia y respeto; con el Obispo, el presbítero se puede sentir animado a explicitar los dones que Dios le ha dado para servir a la Iglesia, confiar en sus sabios consejos y en que, conociéndolo, podrá destinarlo al lugar más conveniente para su crecimiento humano, espiritual y pastoral; así como favorecer con su presencia a una comunidad. Además, que con la incardinación entra a formar parte de un presbiterio concreto de forma fraterna y corresponsable, del que irá adquiriendo, cada vez más, un sentido y un sentimiento de identidad como presbítero diocesano de esta Iglesia particular.
Una parte muy importante en el presbiterio es la solidaridad, especialmente cuando existen situaciones de enfermedad o de ancianidad, pues la auténtica familia espiritual del que depende un sacerdote incapacitado es el presbiterio, que debe cargar con ánimo agradecido a quien, en su salud, dio todo por el Reino y cuyos frutos, que ahora recogemos todos, fueron sembrados con el sudor de su frente.

El presbiterio también ayuda a los presbíteros a alejarnos de la tentación de la soledad, del aislamiento, de búsqueda de compensaciones o espiritualidades lejanas a su identidad. La Iglesia aconseja la vida comunitaria para los presbíteros seculares, la organización pastoral común y la cercanía con todo el Pueblo de Dios con caridad pastoral.

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