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En la expresión de su misericordia para con el pecador, Jesús nos revela un gesto propio y característico de su persona, que nos llena de confianza, de consuelo y de mucha esperanza.
Pensemos el caso de Mateo, Apóstol y evangelista, pero antes, recaudador de impuestos, es decir, un pecador público. A él le pide que lo siga.
No se fijó en su condición de impureza, se fijó en lo que Él quería hacer con este hombre, es decir, invitarlo a que lo acompañara permanentemente.
El Señor ve el corazón de un pecador, y está seguro que de ese pecador puede hacer una persona justa. Por eso, lo mira y lo llama.
Es obvio que Mateo tenía amistad con colegas de su gremio. En el recibimiento que le ofreció a Jesús los invitó.
El Señor fue invitado a comer entre pecadores públicos, y esto extrañó a los fariseos, porque compartir los alimentos con alguien compromete, de alguna manera, a mantener una relación estrecha y de amistad.
Los enemigos de Jesús, al ver que convivía con pecadores públicos, se escandalizaron y lo consideraron como un cómplice de ellos. Al darse cuenta de lo que decían los escribas, el Señor les aclara: “No son los sanos los que necesitan de médico, sino los enfermos…Yo no he venido por los justos, sino por los pecadores”.

Jesús se revela así como la misericordia encarnada en su persona. Vino por los pecadores, es decir, vino por nosotros, vino por cada uno. Todos podemos reconocer, en lo más íntimo de nuestra conciencia, que somos pecadores, que no somos buenos.

Por más grave que sea nuestro pecado, Jesucristo no nos desconoce, ni nos desprecia.

Preferentemente, vino a buscar a los que somos pecadores, y podemos tener la certeza de que el Señor nos mira, conoce nuestra realidad, cualquiera que sea, de pecado e imperfección, y nos dice a cada: “Sígueme”.
El día en que escuchemos en lo más íntimo de nuestro ser que el Señor nos ama y nos dice: “sígueme”, ese día vamos a tomar la misma determinación de san Mateo, que se levantó de su trabajo corrupto y lo siguió, y nunca lo dejó. Y estuvo dispuesto, además, a derramar su vida por Él.

Este mensaje es el más hermoso de nuestra fe cristiana: Dios nos mira y nos ama con infinita misericordia, por más malos y pecadores que seamos. Que no se nos olvide.

Dios está cerca de nosotros, buscándonos, llamándonos para sanarnos, para darnos su salvación. Él no nos condena.
A Jesús no le importó ser juzgado como cómplice, como el que solapa la mala conducta de los demás, sino lo que le importó fue que todos los pecadores descubrieran que Dios los estaba buscando, porque los ama. Jesús quiere misericordia, no sacrificios, porque el culto antiguo estaba basado en sacrificios, pero el corazón de la persona estaba lejos de descubrir el amor de Dios, y más lejos todavía de manifestar esa misericordia para con los demás.
Que nosotros, descubriendo esa misericordia infinita del Señor para con todos, así seamos misericordiosos para con los demás, especialmente con los más despreciados, con los excluidos, con los que son tenidos como si no fueran nada.

Yo les bendigo en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.

@arquimedios_gdl

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