Alfredo Arnold
Defender la soberanía de México es el argumento que el Presidente López Obrador prioriza en su intento de modificar o suprimir los contratos suscritos por administraciones anteriores con empresas extranjeras en materia energética. Petróleo y electricidad no aplican en el T-MEC, afirma. Estados Unidos y Canadá opinan lo contrario.

La controversia, hasta hoy solamente política, podría escalar a nivel de tribunales internacionales con funestos resultados para la economía de nuestro país. Un escenario sería perder la disputa y ser castigados por la vía de los aranceles de distintos productos. El otro escenario sería ganar el debate, con lo cual la confianza de los inversionistas extranjeros caería estrepitosamente tal como ocurrió con la expropiación del petróleo en 1938.
Es bueno saber que tenemos un Presidente que se preocupa por defender la soberanía nacional. Sin embargo, esta defensa llega treinta años tarde. La globalización transformó al mundo y a México en particular. Fue un parteaguas que puso desafíos y oportunidades a todos los países que apostaron por la apertura del comercio mundial.
México modificó su Constitución y le concedió el mismo valor, o quizá más, a los tratados internacionales que fueran aprobados por el Presidente y el Senado que a las antiguas garantías individuales. Dice el Artículo 133 de nuestra Carta Magna: “Esta Constitución, las leyes del Congreso de la Unión que emanen de ella y todos los Tratados que estén de acuerdo con la misma, celebrados y que se celebren por el Presidente de la República, con aprobación del Senado, serán la Ley Suprema de toda la Unión. Los jueces de cada Estado se arreglarán a dicha Constitución, leyes y tratados, a pesar de las disposiciones en contrario que pueda haber en las Constituciones o leyes de los Estados”.
Más claro, ni el agua. Incluso en el Artículo Primero existe una referencia bastante explícita: “En los Estados Unidos Mexicanos todas las personas gozarán de los derechos humanos reconocidos en esta Constitución y en los tratados internacionales de los que el Estado Mexicano sea parte”.
En 1999 la Suprema Corte estableció que los tratados internacionales se ubican por encima tanto de las leyes federales como de las locales.
Actualmente, los tratados internacionales tienen un gran impacto en el comercio, los derechos humanos, las relaciones laborales, los contratos que celebran los gobiernos y las empresas privadas, el medio ambiente, etcétera y existen organismos que vigilan su cumplimiento.
Para México, los tratados internacionales son jurídicamente tan potentes como lo son otras fuentes de Derecho. El TLCAN entró en vigor el 1 de enero de 1994, y el actual T-MEC no es el único ya que, en materia de libre comercio tenemos 13 tratados con 46 países.
Muchos países hicieron lo mismo que México, incluso China para ser admitido por la Organización Mundial del Comercio en 2001 renunció a diversas prácticas internas, como por ejemplo la de pagar a sus trabajadores salarios con arroz u otras mercancías.
¿Se equivocó México al firmar el TLCAN? Por supuesto que no. Nuestro país alcanzó logros fundamentales a lo largo de los años, como se puede constatar en los indicadores de educación, salud, empleo, vivienda e infraestructura, así como en materia de democracia y libertad. Éramos dependientes del petróleo y nos convertimos en uno de los principales exportadores de manufacturas, como las de automóviles, electrodomésticos, celulares, bienes que ni siquiera se producían anteriormente en nuestro país.
Que no hayamos sabido aprovechar esa oportunidad histórica, es otro boleto. Algunos países asiáticos que estaban en pobreza extrema sí lo hicieron.
La globalización dejó saldos favorables y saldos negativos. México creció y sus exportaciones estuvieron en el top mundial. El presidente Bill Clinton se quejaba de que el principal beneficiario del TLCAN era México.
Hoy, la postura del Gobierno mexicano es distinta. Bajo esta nueva óptica, el camino a seguir sería el mismo que transitó Gran Bretaña y hacer nuestro Brexit, cortar con todos los tratados internacionales y modificar la Constitución para restablecer nuestra soberanía.
Mis alumnos de Periodismo Económico de fines de los años noventa recordarán que, en el tema de la globalización, anticipé que vendrían muchas cosas buenas, pero los gobiernos nacionalistas de éste y otros países perderían poder y soberanía frente a las nuevas reglas del comercio mundial. ¡Y así ha ocurrido!
*El autor es LAE, diplomado en Filosofía y periodista de vasta experiencia. Es académico de la Universidad Autónoma de Guadalajara.