José Andrés Guzmán Soto
En la situación de crisis en que se encuentra principalmente la educación básica, a consecuencia de la pandemia que estamos viviendo y las dificultades de adaptación por las formas alternativas de aprendizaje, gobierno y sociedad están buscando dar todos los apoyos a las escuelas de las grandes y medianas ciudades, pero poco se preocupan de las escuelas de los pueblos pequeños, y ya no digamos de las escuelas rurales de las rancherías.
No somos todos iguales
El gobierno está centrado en generar contenidos televisivos y radiofónicos para todos los niños y jóvenes pensando que todo mundo vive un contexto igual, cuando la verdad, la vida y la educación es multicontextual, y multicultural. ¿Cómo comprenderá un concepto, un niño , del norte y otro del sur de nuestro país? ¿Un niño del campo y un niño de la ciudad?. Si los mismos libros de texto se tienen que adaptar a las condiciones de cada contexto escolar, cómo adaptar una clase por televisión que sólo se transmite una vez y no se tiene forma de repetirla?
No debemos de olvidar que estas escuelas de las comunidades rurales son las más desprotegidas y olvidadas en épocas normales, porque tienen muchas carencias de luz, agua, útiles escolares y herramientas de enseñanza aprendizaje.
Sólo basta con acercarnos a alguna de estas escuelas y nos daremos cuenta de las deficientes condiciones en que se encuentran los niños y los docentes de estos centros educativos que aparte de luchar contra la pobreza y desnutrición, tienen que lograr un ambiente de aprendizaje que estimule a los niños y jóvenes a estudiar para salir de la situación de marginación que viven.
Lo que sí tienen
Sin embargo, dentro de esas “carencias”, son estas escuelas las que mejor viven el sentido de comunidad, el sentido de compañerismo y la relación maestro, alumno y padres de familia es más fuerte porque los grupos de niños son reducidos, hay una mejor relación directa del docente con los niños y sus familias, lográndose un muy ben aprendizaje.
Además, los niños viven una vida cerca de la naturaleza, disfrutan del campo y todas sus ventajas como la pureza del aire, y la nobleza de la vida del campo. Por ello, están menos expuestos a la contaminación y sobre todo a la pandemia que estamos vivendo porque están aislados de las grandes aglomeraciones de gente, donde es más propicia la contaminación de este virus tan letal.
Todos estos ingredientes se pueden tomar en cuenta para que estas escuelas rurales sean las primeras que impartan clases presenciales en esta nueva realidad educativa, pues tienen las mejores condiciones para hacerlo: son grupos pequeños que pueden guardar la sana distancia; el ambiente es más limpio y no hay casos de contaminación de la pandemia; hay una relación más estrecha entre docentes y padres de familia y más calidez en los procesos de enseñanza aprendizaje.
Pueden vivir de manera diferente
Estas escuelas deben ser las pioneras en esta nueva normalidad y donde se pueden poner en práctica nuevas estrategias de prevención de salud, así como nuevas formas de colaboración entre maestros y padres de familia para crear mejores ambientes de aprendizaje.
Mucho tenemos que aprender de estas escuelas olvidadas, pero donde mejor se vive el amor por enseñar y aprender.
El camino está trazado, ojalá las autoridades educativa se animen a caminarlo por el bien de los niños y por el bien de nuestra nación.