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Peripheria: Iglesia en Salida

Pbro. José Marcos Castellón Pérez

Pbro. J. Marcos Castellón

El pasado 11 de febrero del año en curso, el Papa Francisco envió una carta a Mons. Joseph Marino, presidente de la Pontificia Academia Eclesiástica, donde se preparan los sacerdotes diplomáticos que  se dedican al servicio de la Santa Sede en las distintas nunciaturas o representaciones pontificias, pidiéndole que se establezca en el programa académico y formativo un año de misiones en algunas diócesis necesitadas, en cualquier parte del mundo, comenzando ya en el próximo año lectivo 2020-2021.

El deseo del Pontífice es que todos los sacerdotes tengan, al inicio de su ministerio, una experiencia misionera, especialmente de las diócesis con un numeroso presbiterio y con una estructura pastoral bien fincada. Pero para el Papa, este deseo es un imperativo para aquellos que, en razón de su misión particular, estarán al servicio de él a lo largo y ancho del orbe, con problemáticas y desafíos innumerables, que no sólo conviene tener conocimiento desde el aula, sino desde la experiencia vital. El Santo Padre expresa cuáles son esos desafíos por continente: Europa necesita despertarse, África está sedienta de reconciliación, América Latina está hambrienta y necesitada de interioridad, Norteamérica intenta redescubrir sus raíces migrantes no desde la exclusión, el desafío de Oceanía y Asia está en el diálogo con sus culturas milenarias.

La decisión del Papa para los sacerdotes de la Academia Pontificia responde, además de lo ya mencionado, al deseo de sus predecesores y de los padres sinodales de los últimos sínodos, de un “intercambio de dones, comenzando por los dones vivos y personales como son los mismos sacerdotes” (PDV 74), para llegar a una justa distribución del clero entre las Iglesias particulares. Es la misma idea que recorre el documento final del sínodo de las Amazonias y antes el de la Eucaristía. Es interesante que el Papa Juan Pablo II cuando habla de ello en Pastores Dabo Vobis, lo haga en el contexto de la formación permanente, subrayando con eso que no sólo se beneficia la Iglesia receptora de misioneros, sino también la Iglesia particular que envía solidariamente desde su pobreza y necesidad, pero de forma especial, el más beneficiado es el mismo sacerdote que ofrece las primicias de su ministerio en las misiones, pues amplía su horizonte pastoral con la vivencia de múltiples experiencias y, espiritualmente, lo forma para estar más dispuesto a renunciar a las cosas superfluas y vivir una vida mucho más evangélica.

Las tendencias actuales indican que las vocaciones sacerdotales en el país, e incluso en Guadalajara, van a la baja; sin embargo, nuestra Iglesia diocesana es bendecida todavía por el número de presbíteros y de personas que se consagran al servicio del Reino de Dios y que puede ofrecer solidariamente ayuda a distintas Iglesias hermanas que tienen gran necesidad de personal misionero. Es de alabar el que muchos miembros de nuestro presbiterio hayan tenido ya la experiencia misionera, pero faltaría inyectar ese deseo y ardor misionero en los planes formativos del Seminario y en los programas de la formación permanente.

@arquimedios_gdl

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