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Pbro. José Marcos Castellón Pérez

La doctrina moral de la Iglesia católica en orden a la sexualidad, la fecundación, la procreación y la gestación de la vida humana es objetivamente clara y se fundamenta en la antropología cristiana, al afirmar que toda persona humana es imagen y semejanza de Dios, llamada libremente a participar por Cristo en la vida divina; por eso goza de una altísima dignidad y es sujeto de derechos inalienables.  En este sentido, la pregunta sobre la persona no debe versar sobre ¿qué es? sino ¿quién es?, pues no se trata de algo, sino de alguien concreto que comienza a existir en su concepción y termina con su muerte.

Persona es un individuo existente del género humano (de naturaleza racional), independientemente de sus condiciones (físicas, biológicas, étnicas, sexuales, de salud, etc.), que ya por el hecho de existir tiene un cúmulo de relaciones vitales (criatura, hijo, familiar, ciudadano, etc.). En biología se puede decir que se individua una persona en razón de su genoma humano, de su código genético, que es único y que se da en la fusión del óvulo con el espermatozoide.

En la moral sexual se nos enseña que la sexualidad tiene una doble finalidad: la unión de los esposos y la procreación de la prole y, que por eso, queda fuera del orden moral toda forma de expresión de la sexualidad que no se oriente a este doble fin. De ahí que todo acto sexual, incluso en el matrimonio, que desvincule esta doble finalidad no corresponde a la voluntad divina. El Papa Paulo VI, en la encíclica Humanae Vitae (1968) enseñó, fiel a la Revelación y  la Tradición cristiana, que todo acto de anticoncepción no es moralmente lícito. Igualmente, la Iglesia ha considerado siempre el aborto (interrupción voluntaria del embarazo) como un asesinato de una persona, de un individuo humano en gestación, con las agravantes de premeditación, alevosía y ventaja.

Lo que no enseña la Iglesia en esta materia, pero parece que es una práctica común, al menos en la conciencia moral de muchos cristianos y en el confesionario, es que estos pecados son de índole femenino: son las mujeres y casi sólo las mujeres las que sienten el dolor moral de ofender a Dios por motivo de anticoncepción o por haber pensado o ejecutado un aborto. En la confesión, los varones casi nunca se acusan de pecados de anticoncepción y mucho menos de practicar el aborto cuando, en la mayoría de los casos, son ellos, por su paternidad irresponsable, los más responsables de este atroz asesinato prenatal.

Ojalá y que las olas feministas de este tiempo, que deben ser leídas desde sus legítimos reclamos y no sólo desde la nota vandálica, nos lleven a tomar conciencia de la corresponsabilidad del varón en estos temas morales, que son manifestación de una tabula distinta e injusta para varones y mujeres, y que pueden ser motivo también del descontento femenino, porque favorece el señalar el pecado de quien quizá tenga menos responsabilidad moral frente a Dios.

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