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Pbro. Gustavo Alexis Márquez

Roma, Italia

René Roberts tenía 84 años y el pasado jueves 20 de enero, mientras caminaba por una de las céntricas calles de París, murió a consecuencia de la hipotermia.

Nacido en Friburgo, Suiza, por 50 años se dedicó el también ciudadano francés a capturar con su lente a bailaores y artistas flamencos, con su nota característica: fotografiaba en blanco y negro.

El miércoles 19, por la noche, como cuentan sus amigos lo hacía, salió a dar su paseo nocturno por la Plaza de la República, y frente al número 89 de la calle Turbigo, en un área concurrida y comercial, se desplomó. No se sabe si se sintió mal, si tropezó, o algo.

No se sabe, lo cierto es que estuvo tirado ahí cerca de nueve horas hasta que asistido por los servicios de urgencia fue trasladado y en la clínica murió; y si, murió de frio, murió por hipotermia.

Quizá lo que remata esta historia trágica, es que quién hizo la llamada a los servicios de emergencias después de tanto tiempo, es decir, el que pensó en aquel caído fue un vagabundo. Así lo refiere el escritor y periodista Michel Mompontet para el noticiero 18/20 de FranceInfo.

¡Qué estremecedor! ¡Qué doloroso! La muerte si, siempre es dolorosa, difícil. Pero el modo ahora lo supera todo. Si bien lo trasladaron al hospital aún con vida y no pudieron hacer más por él, al decretar la causa de muerte debieron haber colocado en el acta: la indiferencia.

Porque lo mató la indiferencia de todos aquellos que, aprisa, quizá cansados del trabajo, quizá presurosos de llegar a casa, quizá alegres de haber bebido alguna copa en uno de los restaurantes cercanos, quizá entretenidos en la plática o quizá, con la mirada puesta en la pantalla del celular, pasaron junto a él; lo vieron o quizá no, pero tampoco importó. Nadie hizo nada.

Se convirtió en una estadística más, de las (me voy enterando al escribir esto) 500[1] personas “en condición de calle” que mueren en las aceras de las ciudades francesas relacionados con el frio, el hambre, etc. ¡Terrible! ¡Tremendo! Inmersos en nuestras preocupaciones, nuestras prisas, nuestras prioridades, nuestras carreras, atropellamos con la indiferencia a hermanos que sobre le acera carecen de lo más mínimo, incluida la relación compasiva del otro.

Todo esto me hace pensar también en nuestra realidad como mexicanos, porque aquí debemos añadir un componente más a la reflexión: la violencia.

Los franceses como otros países de Europa (no todos), no temen salir a la calle, no temen que habrá un encontronazo a balazos en el restaurante donde degustan la cena ni que a mano armada los despojen de sus autos. No es una preocupación para ellos, tienen otras, pero por ese tipo de delincuencia no.

En México sí. La situación que vivimos en el día a día, hace que las personas quieran regresar pronto a casa, procurar salir poco en la noche y siempre queda un temorcillo al acudir al banco, cuando alguien pasa cerca de la ventana del coche, cuando vemos a dos sujetos merodear sobre una moto, etc.; ese temor latente, invita de inmediato a apurar el paso, a no voltear a ver, a regresar pronto y cumplir tu cometido sin entretenciones.

Pero también, como consecuencia a no mirar al otro, a no detenerme, a no escuchar lo que pasa con el de enfrente, a mejor huir si algo no va bien. A pasar de lado de alguien que está tirado en la banqueta porque pueda ser un borracho, un vagabundo, un menesteroso.

La inseguridad que vivimos nos ha vuelto de algún modo temerosos, y por tomar precauciones en todo lo que podamos, nos hemos vuelto indiferentes.

Sin embargo, es justo un clima de temor e indiferencia, el perfecto caldo de cultivo para que los maleantes sigan haciendo de las suyas.

Solo cuando seamos capaces de mirar al otro, de pensar que es como yo, un padre, una madre, un hermano, un abuelo, una hija, etc. cuando podremos cerrar filas y no permitir que sigan pasando aquellas situaciones que flagelan nuestra sociedad. La violencia mata, sí; la inseguridad mata, sí; pero también mata la indiferencia y esa, si está en nuestras manos resolverla.


[1] Cfr. Marc Bassets, “El fotógrafo René Robert muere congelado en las calles de París tras una caída”, El País, 27/01/22.

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