Pbro. José Marcos Castellón Pérez
El 9 de enero de este nuevo año, el diario español “El País” publicó, bajo la autoría de Karina García Reyes, un artículo sobre el narcotráfico y cómo la gestión pública en vez de solucionar el problema de la violencia lo ha agravado, con políticas totalmente equivocadas. La autora es originaria del norte de México y ha estudiado el fenómeno del narco y la violencia desde la perspectiva de los mismos narcotraficantes; no de cómo se ven desde fuera. Sus conclusiones son muy interesantes y, proporcionalmente, pueden orientar la acción pastoral en la búsqueda de la reconstrucción del tejido social, una de nuestras periferias existenciales prioritarias.
La primera conclusión del artículo es que los narcos ni son monstruos ni son víctimas, sino son personas comunes que decidieron emplearse en el crimen organizado. Las causas pueden ser múltiples, pero se señala la más importante: porque representa una ocupación que les proporciona mayor ganancia que otras no criminales en menos tiempo y con menor esfuerzo. En este sentido, es importante para la acción pastoral el demandar la dignidad de la persona humana y la defensa irrestricta de sus derechos fundamentales. Toda persona, independientemente de su condición moral, tiene una altísima dignidad en cuanto que es imagen y semejanza de Dios.
La segunda conclusión: la pobreza es caldo de cultivo para que muchos jóvenes se enlisten en las filas del crimen organizado. Pero no es la pobreza económica como tal, sino cómo se interpreta desde una ética individualista y una mentalidad hedonista, propia del neoliberalismo. El pensamiento neoliberal y consumista ha llevado a creer que el tener está sobre el ser y que la vida vale la pena solamente si se tiene la posesión de muchos lujos, incluso si habría que conseguirlos de la forma más fácil o ilegal. La exacerbación del individualismo lleva a considerar que lo importante es el propio beneficio, no importando si es a costa del mal social o del daño que se pueda ocasionar a las futuras generaciones. La Doctrina Social de la Iglesia, que propugna la ética social cristiana, en la que existe un fino y sano equilibrio entre individuo y sociedad, ofrece criterios que nos pueden ayudar a realizar una seria crítica al neoliberalismo, así como animar la generación de una economía solidaria.
La violencia en casa, es la tercera conclusión, que distorsiona la imagen del varón desde una óptica machista. Se considera que el varón entre más violento, alcohólico y mujeriego, es mejor; los sentimientos más nobles de bondad y amor son considerados como debilidad femenina. El machismo, desgraciadamente tan arraigado en nuestra cultura, genera un desajuste en la personalidad, pues los hijos crecen con un odio a la figura paterna y autoridad, porque fueron testigos de la violencia hacia ellos mismos como hijos, pero más por la violencia que se infringió hacia la madre. La atención pastoral a las familias en crisis y la pastoral de la no violencia son una urgente prioridad… Todavía hay esperanza.