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Niñas y niños: cantores de la esperanza

Sergio Padilla Moreno

Hace unos días, al hacer un alto en las actividades académicas virtuales como profesor del ITESO, había en mí un cierto sentimiento de desaliento. Pero al revisar las redes sociales vi la hermosa sonrisa de Ana Paula, una niña de poco más de un año de edad, hija de una amiga de Celaya. Al ver la sonrisa sentí una sensación de consolación que terminó por difuminar mi anterior pesar. Se me vino a la mente lo dicho por Jesús a sus discípulos: “Les aseguro que, si ustedes no cambian o no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos. Y el que recibe en mi nombre a un niño como éste, a mí me recibe” (Mateo 18, 2-5). El pasado jueves celebraremos a nuestras niñas y niños, por lo que es buena ocasión para reflexionar sobre el cuidado y educación de la infancia.

Es provocadora la intuición de la filósofa Hannah Arendt (1906-1975), quien propuso, según lo presenta Fernando Bárcena, “una filosofía de la natalidad, pues en cada nacimiento se expresa en términos de una radical capacidad de comenzar algo nuevo y sorprendente que no estaba previsto. La tesis central que resume la filosofía de la educación de Arendt es que «la esencia de la educación es la natalidad, el hecho de que en el mundo hayan nacido seres humanos». Nacer es estar en proceso de llegar a ser, en proceso de un devenir en el que el nacido articula su identidad —del nacimiento a la muerte— en una cadena de inicios, o sea, de acciones y novedades.” Es entonces que me cuestiono la enorme y grave responsabilidad que tenemos las generaciones adultas para formar a niños y niñas, como Ana Paula, en su potencialidad de formar algo nuevo, de modo que no repliquen nuestros fracasos, sino que sigan sonriendo, para que le digan sí a la vida, a que imaginen y construyan un mundo mejor donde quepamos todos. Seguramente que muchos de nuestras niñas y niños viven este asunto de la pandemia como algo que no quieren que vuelva a pasar y estarán dispuestos a pensar y hacer otro mundo.

Esto lo podemos vivir en este contexto de Pascua, pues como dice el jesuita Juan Masiá: “Para la fe cristiana, resucitar no significa revivir de la muerte ni sobrevivir a la muerte, sino pervivir definitivamente en el seno de la Fuente divina de la Vida. Esta fe se muestra en una historia de personas y comunidades, cuya praxis lo atestigua: son prolongación del cuerpo del Resucitado, son cuerpo místico de El que Vive.” Nuestras niñas y niños son parte esencial de ese cuerpo místico y ello nos determina a cuidar y educarlos en el amor, el amor al arte, la empatía, la solidaridad y la esperanza.

padilla@iteso.mx

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