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Ordenación Episcopal de Mons. Ramón Salazar Estrada

Primera parte

“Para mí ha sido muy significativo que el nombramiento como Obispo Auxiliar Electo de Guadalajara, se haya dado en un año dedicado al Señor San José, que es el Santo Patrono del Seminario”.

Yara Martínez González

El Seminario Mayor de Guadalajara, su casa, el lugar donde desempeñó la mayor parte de su ministerio sacerdotal y donde ha sido ejemplo para muchos jóvenes que han sentido ese llamado, y que sin dudarlo lo eligieron como su director espiritual. Ahí, Mons. Ramón Salazar Estrada, hoy Obispo Auxiliar Electo de Guadalajara, nombrado por el Papa Francisco, habló sobre su familia, sus sueños, sus aprendizajes y la llamada que llegó para cambiar su vida.

UN NIÑO QUE IBA A MISA
Nacido en Guadalajara, Jalisco, el 17 de mayo de 1963, fue el segundo de cinco hijos, cuatro hombres y una mujer. Sus papás, Ramón Salazar Martínez y Rogelia Estrada López se encargaron de que tuviera una niñez feliz y una educación basada en los valores morales.
“Mi mamá fue parte fundamental en nuestra educación, es de un carácter
muy fuerte, siempre con una exigencia en todas las cosas que hacíamos, fuera dentro de casa o fuera de ella; mi papá más metido en el trabajo, pero siempre estaba al tanto (…). Mi mamá en un momento de su vida decide irse a una congregación religiosa, que por razones muy particulares ya no continuó en ella, pero la formación la trae, su forma de vestir, de medir los tiempos, incluso de hacernos partícipes de las actividades de la casa. Así nos formó”.
La primaria la estudió en el colegio parroquial, a cargo de las Siervas de Jesús Sacramentado. En los últimos años fue acólito, participó en las actividades de la parroquia, y tras la visita de unos seminaristas para hablar de las casas del Seminario, es que al terminar el sexto grado, decidió comunicarle a sus papás que quería ser sacerdote.

EL SUEÑO TUVO QUE ESPERAR
La negativa se hizo presente, lo consultaron con el Padre Luis de Anda y la
Madre Gabi, cercanos a ellos, y el consejo fue que se esperara, porque aún no estaba preparado para dejar la vida familiar.
Fue triste, pasaron los años y ese deseo, aunque dormido, seguía presente,
también en su etapa como estudiante de Administración de Empresas,
en la Universidad de Guadalajara; los oficios que a la par desempeñaba, y su apostolado en la parroquia por encargo del Padre Salvador Serrano.
Aunque la carrera le gustaba, un proyecto donde abordó la publicidad subliminal, y los comentarios de su maestro por manifestar lo que pensaba al respecto, fueron el primer paso para dudar de lo que estaba haciendo, por considerar “hasta inmoral el hecho de dejar mensajes en el subconsciente de las personas para vender un producto”. Al mismo
tiempo, su hermano mayor le hizo ver, que por sus múltiples actividades, poco a poco se estaba alejando de la familia.
La decisión fue tomada, buscó al Padre Salvador Serrano para que lo
asesora, y el primer encuentro fue con la vida franciscana, donde hizo un proceso vocacional. Posteriormente acudió a un preseminario y su vida jamás volvió a ser la misma. Fue ordenado sacerdote el 30 de mayo de 1993.
“Mi mamá estuvo encantada con la decisión; mi papá era un hombre de
muchos retos, él siempre tuvo la inquietud de que hiciéramos carrera en
la Universidad de Guadalajara, donde trabajaba, y me dijo: quieres irte al Seminario, está bien, pero yo espero que un día, así como hoy estás dejando la carrera, estás dejando la universidad, espero que un día dejes el Seminario”.
Hasta el día de su muerte, su papá nunca dejó de apoyarlo y aconsejarlo
para llevar a cabo su ministerio.

EMPRENDER EL VUELO A EUROPA
El tiempo de estudiar algo más llegó y la meta era la Licenciatura en Teología Moral. Con el miedo en la maleta llegó a vivir al Colegio Mexicano
en Roma, donde se encontró con una vida de fraternidad, experiencia que le recordó a los preseminarios, pero con la diferencia de que ya podía celebrar la Santa Misa.
En 1995 regresó a Guadalajara y cinco años después el retorno al viejo
continente era inminente. Roma, otra vez. Ahora estaba en puerta el Doctorado en Teología Moral, como parte del proceso que el Seminario llevaba a cabo para incorporarse a la Universidad Lateranense.
“En esta ocasión había un plus, que era que yo no tenía que estar yendo a
clases, pero tenía que estar investigando, hice algunos cursos, pero el resto
del tiempo yo lo iba organizando, algunos días iba a las bibliotecas. Además
tenía que estudiar otros idiomas, por lo tanto, el Señor Cardenal Juan Sandoval me permitió ir a Alemania”.
Ya en la país germano, durante diez meses prestó su servicio como vicario
parroquial de una comunidad. Ahí aprendió que “la cultura alemana es muy organizada e independiente, son muy tesoneros y dedicados”. También convivió con la comunidad latina, aunque los mexicanos no eran muchos. Años después regresó a estudiar un curso.

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