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José María Torres Vega

El medio más importante, al alcance del hombre para garantizar en la convivencia política, con el reconocimiento y goce de sus derechos inalienables, es la libertad política.

A raíz de las numerosas manifestaciones ocurridas en muchas ciudades del país, y también en muchas embajadas y consulados en el extranjero, en contra de los errores económicos y políticos, -claramente ideologizados-, del actual gobierno federal, debemos hacernos la pregunta, sobre todo por el amor a México: ¿Es mi obligación manifestar también mi descontento?

Hay quienes no se deciden a definirse, y, manteniendo una actitud aparentemente apolítica, se cierran a las exigencias ciudadanas, actitud que permite conservar “buena fama” y cierta satisfacción personal, pero que en realidad corresponde a la tendencia política, por demás generalizada -pero no por eso menos deleznable-, del conformismo. Hay que tener presente que “en última instancia, eludir la participación política equivale a dar apoyo al orden establecido o -como lapidariamente acuñó Emmanuel Mounier-, al desorden establecido”, que consigna Adolfo Christlieb Ibarrola en su texto Los cristianos y la política.

Se hace necesario determinar el contenido y alcances del término. Se explica en función de la variada actividad que el hombre ejerce, pero no individualmente, sino en relación con los demás (con las organizaciones sociales y con el estado); y la cual le lleva al establecimiento de medios que garanticen sus derechos de las posibles extralimitaciones de aquél.

El reconocimiento de esos derechos y de los medios que garanticen su ejercicio, exige una determinada concepción de la persona, de la sociedad y del estado.

El desconocimiento que sobre estos tres puntos existe en el mundo antiguo lleva en la práctica siempre, a la imposibilidad de conciliar la libertad y la autoridad, apareciendo ambas como antagónicas en el estado antiguo.

Y en consecuencia la parte más débil, esto es, la libertad del individuo, desaparece absorbida por el estado. En la actualidad puede decirse que no sólo no se contradicen, sino que resultan complementarias entre sí.

Durante mucho tiempo se confundieron las nociones de autoridad y poder; pero la distinción no es una cuestión nominal o terminológica, sino esencialísima y muy densa en consecuencias prácticas. Brota de los hechos, y se perfila espontáneamente, es un deslinde que se puede fundar fenomenológica y empíricamente.

La dimensión de la única libertad del hombre, encaminada al establecimiento de un conjunto de medios en la sociedad organizada para conservar, y en su caso defender, todos los derechos inherentes a la personalidad, de las posibles extralimitaciones del estado, es lo que llamamos libertad política.

Necesitamos ciudadanos proactivos, que propicien que las cosas sucedan bien; que conozcan y amen a México y se conozcan a sí mismos.

Finalizo citando un proverbio oriental: “Quien conoce el exterior, es erudito; quien se conoce a sí mismo, es sabio. Quien domina a los demás, es poderoso; quien tiene dominio sobre sí mismo es invencible”.

josemariatorresvega@gmail.com

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