Editorial #1222
En nuestro país se han ido cancelando los derechos, poco a poco, y solo se conceden obligaciones, a veces, incluso, presentándolas como derechos.
Los ciudadanos pueden seguir teniendo derecho a comer, pero el gobierno dice cuánto; pueden seguir teniendo derecho a la salud, pero el gobierno dice de qué forma, y de acuerdo a sus estadísticas; pueden seguir teniendo derecho a vivir pero el gobierno dice en qué condiciones; pueden seguir teniendo derecho a hacer negocios y obtener utilidades, pero el gobierno pone los límites; pueden seguir teniendo derecho a estudiar, pero el gobierno dice en qué términos, en cuáles universidades y en qué escuelas; pueden seguir teniendo derecho a exigir derechos, pero el gobierno indica cuáles son los principales derechos, no los objetiva y son universalmente válidos; se sigue teniendo derecho a protestar, pero el gobierno decide de qué forma y qué responder, pensando en agradar a los que tiene cautivos.
Para los trabajadores y para los que promueven el empleo esto desanima porque nunca mejorará su situación; se trabajar para sobrevivir, no para mejorar. Por más que trabajen, no alcanzarán, por legítimos méritos, un estilo de vida diferente, porque si sobresalen, o son acusados de que cometieron algún delito para estar así, porque ¨tienen más” que los otros, o se les confiscará “el exceso” de bienes.
Situaciones así convienen a los que son flojos, a los ninis por convicción, porque siempre habrá alguna dádiva de gobierno que les alcance, entre las muchas que han proliferado. Y esto, aunque no mejore su situación de vida, se conformarán con lo que tienen, no aspirarán a más, porque, por otra parte, ¿para qué?, se los podrán quitar algún día.
Este ‘estilo’ de vida es lo que diríamos se identifica con un nuevo socialismo. Nuevo socialismo y no. Sí, porque básicamente siguen los mismos criterios de siempre, pero no, porque se aplica de diferente forma, se ha tropicalizado para México.
El nuevo socialismo no es que en realidad busque que todos seamos iguales, incluyendo, por supuesto, a los gobernantes, sino que, en medio de esa supuesta y pretendida igualdad, los que están en el poder siempre saldrán ganando. ¿Hemos mejorado en no corrupción?
¿Nicolás Maduro es igual de pobre que sus ciudadanos, sufre porque no hay medicinas, le batalla para encontrar el alimento que necesita, suda por conseguir el pan?
¿Stalin experimentó, como el primero entre iguales (así se decía él), las mismas angustias que sus compatriotas y corrían el mismo peligro de ser perseguidos? ¿Castro tenía los mismos pocos bienes que sus camaradas?
Han formado escuela entre los que los han aplicado en la práctica sus enseñanzas.
Con un pueblo sometido a la fuerza (los que no están de acuerdo) o a través de ‘programas sociales’ (los incondicionales) se puede gobernar. Los derechos de todos se han venido domesticando.
Es la implementación de un próximo socialismo mexicano, aunque suene a aberración.