“El suicidio de Ale ha sido la suma de nuestros errores y omisiones como familia y como sociedad”
Sonia Gabriela Ceja Ramírez
El siguiente relato resulta crudo y desgarrador, pero así es como las
familias que pierden a uno de sus integrantes a causa del suicidio lo viven
y enfrentan el dolor y el vacío.
Un domingo, a las 7 de la mañana, hace unos 10 meses, Jesús recibió la
noticia de que Ale, su sobrino, había fallecido. Era un muchacho de apenas
15 años, quien decidió terminar con su vida colgándose con los lazos de un
tendedero.
LOS RECUERDOS INDELEBLES
La noticia fue impactante en muchos sentidos. Apenas supo, Jesús se vistió
apresurado y salió a la casa de su hermana. Cuando llegó, el panorama era
desgarrador: “La patrulla estaba afuera, la parte superior de la casa está en
obra negra y desde arriba se escuchaban los llantos y gritos de mi hermana
que permanecía al lado del cuerpo de su hijo, que aprovechó la construcción y se colgó de una trabe. Es una imagen que no se me va a borrar nunca”.
El proceso ministerial para descolgar el cuerpo y reclamarlo fue largo.
El chico se quitó la vida alrededor de las 5:30 de la mañana. “Previo al hecho, chateó durante la noche con un amigo casi hasta las 4:30 de la mañana. Sus mensajes no denotaban la intensión suicida, hicieron planes para visitar algunos lugares y se despidieron. Se hizo una sesión de fotos que colocó en facebook con filtros y posiciones tipo manga (cómics
japoneses con un estilo muy depresivo).
Su amigo llegó al lugar y entró en shock, nunca se imaginó que aquellos mensajes serían los últimos”, relata Jesús.
“El velorio fue impresionante, pues asistieron una gran cantidad de jóvenes que pusieron la música que a ellos les gustaba y lloraron junto al féretro.
Ningún joven debería sufrir la pérdida de uno de sus amigos, y menos por esta causa”.

NO SE HABLA DE LO QUE DUELE
“Como familia, ha pasado casi un año y todavía no tocamos el tema. Nadie
habla de eso, hay un temor a tocar una herida y un dolor muy grandes. Estamos en una etapa de negación todavía, y aun no podemos decir que vamos en un proceso de aceptar lo que sucedió, porque de superarlo, creo que eso no se supera”.
LAS SEÑALES QUE NO VIERON
“Ale había cambiado, pero creíamos que era parte de su proceso como adolescente; se aislaba mucho, llegaba a la casa de la abuela y se subía al cuarto mientras todos convivíamos, bajaba solo a despedirse. Nosotros creemos que, como familia, podríamos haber evitado esto porque quizá dio indicios, pero nunca pensamos que se fuera a suicidar. Yo, al menos, me siento con cierta culpa de que pude haber hecho algo para evitar esto”.
“Su mamá y hermanas se cambiaron de casa, pues no toleraban estar donde él se quitó la vida. Están tratando de rehacer su vida y tratan de que
Ale siempre esté presente.
“Después encontramos algunas cartas en las que decía que sufría mucho,
que le daba mucho miedo la vida, que le daba mucho miedo crecer, llegar a
la vida adulta y no saber qué hacer. Es un temor que tal vez todos tenemos
durante la adolescencia. Te da miedo la responsabilidad, el crecer, el mundo laboral. Estas cartas tenían rastros de sangre, pues después supimos que él se cortaba; sin embargo, era muy discreto con lo que hacía, no era evidente.
“Hay personas que verbalizan lo que están sintiendo o planean hacer,
pero Ale todo se lo guardó con su familia; sin embargo, con su exnovia que
luego se volvió su mejor amiga si hablaba, incluso le llegó a proponer que
se suicidaran juntos. La chica nunca se lo dijo a nadie, eso quizá también hubiera hecho la diferencia.
“El suicidio de Ale ha sido la suma de nuestros errores y omisiones como
familia, pero también como sociedad”, concluye su tío.
