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Una tragedia y una hazaña

Alfredo Arnold

El mes de octubre de 1968 registra dos hechos relevantes en la historia de México, uno trágico y otro con tintes de hazaña. El día 2 ocurrió la represión del movimiento estudiantil y el día 12 se llevó a cabo la inauguración de los Juegos Olímpicos.
Después de 55 años, solamente perdura en la memoria colectiva la tragedia y cada año se fortalece más esa parte de la historia por las conmemoraciones que se llevan a cabo y la difusión mediática que se le da. En cambio, la realización de los Juegos Olímpicos ha caído en el olvido.
El presidente Díaz Ordaz todavía estuvo en el poder dos años más, pero durante ese tiempo se dejó de hablar de ambos hechos; sobre todo cuando Luis Echeverría, que era secretario de Gobernación apuntaba claramente a la sucesión presidencial. El propio Echeverría se deslindaba de Díaz Ordaz con el fin de no heredar la tensión política y acomodarse a las demandas contra el autoritarismo, la pobre democracia y la nula participación de los jóvenes en la vida nacional.
En cambio, los Juegos Olímpicos pasaron a ser casi una anécdota.

LO QUE SUCEDIÓ
El movimiento estudiantil inició con un pleito de jóvenes y escaló rápidamente.
El 26 de julio de aquel año se realizó la primera marcha. Curiosamente, el 26 de julio de 1953 tuvo lugar el asalto al Cuartel Moncada dirigido por Fidel Castro, lo cual provocó sospechas de que entre los jóvenes se había infiltrado una conspiración comunista. Junto con estudiantes marcharon, en aquella ocasión, miembros del Partido Comunista. También sorprendió el hecho de que en sólo dos días (y sin internet) hubieran surgido grupos de apoyo por todo el país.
En el otro asunto, México recibió la sede de los Juegos Olímpicos el 12 de octubre de 1963, en Baden-Baden, Suiza. Era la primera vez que se le concedían a un país en desarrollo y a una nación de América Latina.
Durante cinco años, y con dos presidentes (López Mateos y Díaz Ordaz), México realizó un trabajo sin precedente: construyó instalaciones, habilitó comunicaciones (por primera vez los Juegos se transmitieron por TV al mundo entero), organizó subsedes, manejó presupuestos, participaron gobierno e iniciativa privada, la ciudad de México recibió un equipamiento urbano sin precedente, realizó promoción a nivel mundial (a pesar de la Guerra Fría), diseñó logotipo y señalética, etcétera, además de preparar a los atletas que nos representaron. Los deportes se pusieron de moda entre los jóvenes y a lo largo esos cinco años, millones de mexicanos sólo pensaban en que llegara el 12 de octubre de 1968.

ALGARABÍA OPACADA
Todo estuvo a tiempo. El público gritó de júbilo cuando Enriqueta Basilio subió los 90 escalones en el estadio de la UNAM para encender la llama olímpica, era la primera vez en la historia que una mujer prendía el pebetero. La gritería fue ensordecedora cuando el “Tibio” Muñoz ganó la medalla de oro en la alberca olímpica y cuando el sargento José Pedraza se aproximaba a la meta para ganar la plata en marcha. En total, fueron nueve medallas, tres de cada metal.
Las potencias estaban admiradas, ¿cómo un país en desarrollo era capaz de tal proeza?
El prestigio de México, cuya economía pasaba por uno de sus mejores momentos, se esparció por todo el mundo.
Los elogios no se escatimaron. Atletas, entrenadores, directivos, periodistas y turistas constataron que México había organizado los mejores y más concurridos Juegos Olímpicos de la historia.

Pero era imposible conciliar ambos discursos, el de la tragedia de la Plaza de las Tres Culturas, que aun suponiendo la injerencia comunista resultaba desolador, y el discurso del éxito olímpico.
Díaz Ordaz aceptó toda la responsabilidad por el 2 de octubre, pero en todo momento sostuvo que el Movimiento Estudiantil estaba contaminado de una conspiración internacional.
En su último Informe de Gobierno, dijo unas palabras que invitan a la reflexión:
“¡Qué frustrados, qué tristes, qué dolidos nos sentiríamos millones de mexicanos, si no hubiésemos podido, por cualquier circunstancia, cumplir el compromiso que habíamos contraído ante nosotros mismos y ante el mundo!”.
*El autor es LAE, diplomado en Filosofía y periodista de larga experiencia. Es académico de la Universidad Autónoma de Guadalajara.

@arquimedios_gdl

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