Sergio Padilla Moreno
Acercarse a la vida del jesuita Francisco Javier Martínez Rivera, implica hacerlo con pies descalzos, pues, como en toda vida humana entregada y consagrada al servicio de las y los demás, Dios ha pasado y se nos ha manifestado en él.
Javier nació en Guadalajara el 21 de septiembre de 1935, en el seno de una familia integrada por don Salvador Martínez Frías y doña Ana María Rivera Ramírez, quienes además de Javier, procrearon a Margarita, Salvador, Lupita, Alberto y Luis. Su niñez y adolescencia transcurrió en lo que fue la zona industrial del barrio de Mexicaltzingo, pues su padre tenía una fábrica de cajas de madera que estaba directamente al lado de los patios del ferrocarril, en lo que ahora es la avenida 16 de septiembre. La casa estuvo en la calle Manzano 219, justo atrás de lo que actualmente es una conocida tienda departamental.

A través de un par de textos autobiográficos titulados, Manzano 219. Autobiografía y Bajo la lluvia, la vida que se va, ambos textos publicados por la editorial Temacilli, el P. Javier nos platica, haciendo gala de sencillez y maestría en el uso del lenguaje, sus recuerdos de tal manera que es fácil sentir y ver los corredores, habitaciones y patio de su casa, así como sentir la atmósfera de las calles, personajes y lugares de la Guadalajara de mitad del siglo XX.
En sus memorias, el P. Javier evoca momentos luminosos de sus años de estudio de la Primaria en el colegio Luis Silva, que todavía está en la calle de Morelos, así como sus años de estudios de Secundaria y Preparatoria en el Instituto de Ciencias, que en aquellos tiempos estaba en la calle Tolsá, a pocos metros del templo Expiatorio. Pero también hay recuerdos dolorosos de aquellos años, siendo el más significativo el de la muerte de su padre, cuando Javier cursaba el segundo año de primaria. De su madre Ana María, guarda recuerdos muy bonitos ya que, reconoce Javier, “siempre estuvo muy cercana a mí.
“La consideraba mi amiga, solíamos conversar largos ratos sobre su vida, las cosas que le gustaban.” Ella murió en 1957 y Javier comparte en sus memorias: “Para mí, mi madre seguía viva. Con frecuencia durante muchos años, recuerdo que tenía la necesidad de ponerme a escribirle para contarle mis secretos, mis preocupaciones, mis deseos, mis tristezas, mis soledades. Terminada la carta, la leía despacio en voz alta y la guardaba, confiando sin ninguna duda que ella la había escuchado.”
La vocación a la vida religiosa de Javier se fue gestando de una manera sutil. En sus memorias evoca los tiempos en que acudía a la parroquia de Mexicaltzingo a las fiestas del Corpus, a las visitas al Santuario para saludar a la Virgen de Guadalupe y la vivencia de la Semana Santa.
No podían faltar las prácticas familiares como el rezo del Rosario y la primera Comunión que Javier hizo, junto a un grupo de compañeros del colegio Luis Silva, en el templo del Pilar el viernes de Dolores de 1942. Cuando terminó su Primaria tuvo acercamientos con algunos hermanos Maristas, pero su madre pidió consejo del párroco de su iglesia quien le dijo: “No te recomiendo que lo mandes al seminario. Mejor que vaya al Instituto de Ciencias y haga ahí su Secundaria. Mientras madurará y después Dios dirá.”

Durante sus años de estancia en el colegio jesuita se fue gestando el llamado de Javier a la Compañía de Jesús, por lo que en 1951 comenzó su Noviciado en la ciudad de México. Hoy en día, Javier habla con claridad de lo que fueron aquellos primeros años en la Compañía, todavía bajo los criterios de formación que luego se reformaron a raíz del Concilio Vaticano II. En sus memorias dice: “El trato con Dios no fue fácil. Yo traía una imagen paterna generosa, indulgente, pero muy lejana. Encontré al principio el Dios del Antiguo Testamento exigente, temible, siempre dispuesto a castigar y perdonar. Fue necesario mucho tiempo de esfuerzo y horas de meditación para cambiarla.” Después de los estudios eclesiásticos básicos de Gramática, Humanidades y Retórica, fue destinado al colegio jesuita de Torreón donde dio sus primeros pasos en la que sería gran parte de su vida: la docencia.
Tenemos que preparar a los periodistas y a los editores
El talento y gusto por los estudios le permitieron conseguir el grado de Doctor en Lingüística por la Universidad Nacional Autónoma de México, además de ser Maestro y licenciado en Letras Españolas por la Universidad Iberoamericana, campus Ciudad de México. El 19 de octubre de 1966 fue ordenado sacerdote de manos de Don Miguel Darío Miranda, Arzobispo Primado de México. Su labor académica le llevó a ser Profesor-investigador por parte de la Universidad Iberoamericana en la Ciudad de México, donde fue director de la Licenciatura de Ciencias de la Comunicación de 1978 a 1980. También es Profesor-investigador del ITESO, universidad en la que ha estado en dos periodos: de 1981 a 1985 y desde 1994 hasta la fecha.
Mientras estudiaba en España, fue invitado al cargo de director del programa para Hispanoamérica de Radio Vaticana, la cual dirigió de 1985 a 1993, lo que le permitió acompañar los viajes del Papa Juan Pablo II por los países de Latinoamérica y Estados Unidos. En una entrevista, el P. Javier recuerda que esa experiencia le “hizo entender la responsabilidad muy grande y seria que es el periodismo, lo que puedes lograr cuando informas. Fue difícil regresar, porque ya no estás en el mundo, estás dando clases y tenemos que preparar a los periodistas y a los editores.”
Además de los libros ya citados que recogen sus memorias, el P. Javier ha escrito otros dos: La noche y otros sueños (2004), que es una selección de relatos, así como Isabel. Historias de vida y otros recuerdos (2018).
Una vez escribió Pedro Casaldáliga, “Al final del camino me dirán: —¿Has vivido? ¿Has amado? Y yo, sin decir nada, abriré el corazón lleno de nombres.”Sin duda, son muchos los nombres escritos en el corazón del P. Javier y que también están escritos en el corazón de muchos de quienes fueron sus estudiantes, uno de los cuales, el Dr. Bernardo Masini, comparte lo siguiente:
Javier no me impartió una sino dos materias en el marco de mi formación como comunicólogo. La primera fue Comunicación escrita II, cuando mis compañeros y yo estábamos apenas en segundo semestre. En muchos sentidos seguíamos siendo unos preparatorianos y Javier era uno de los primeros profesores con grado de doctor que nos daba clases. Nos impresionaba el enorme respeto con el que nos hablaba. Realmente nos trataba como iguales: con genuino interés escuchaba nuestras opiniones y las complementaba con las propias. En el grupo había algunos compañeros más avezados que otros. A cada uno nos dedicaba la misma atención, y para todos tenía observaciones atinadísimas.

Se volvió un entrañable amigo de mi generación. Quienes pudimos aprovechamos la oportunidad para tomar clases con él de nuevo, pues un par de años después impartió una optativa relacionada con los estudios sobre la opinión pública. Ya graduados nos hizo marca personal, como se dice en el argot futbolero, hasta que se aseguró de que todos nos tituláramos. Hasta la fecha nos sigue exhortando a concluir los proyectos que comenzamos, en lo personal y en lo profesional.
El autor es académico del ITESO, Universidad Jesuita de Guadalajara – padilla@iteso.mx