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Pbro. Eduardo Michel Flores

Un día, terminada la misa dominical, entró un señor en la sacristía y sin más preámbulo me dijo: “Padre, ¿Cómo se atreve a hablar usted de lo que no conoce?”, y es que en la homilía yo había predicado acerca del matrimonio y del amor de los esposos, ya que el evangelio de ese domingo era aquel en el que le preguntaron los fariseos a Jesús si le era lícito al hombre divorciarse de su esposa por cualquier motivo, yo expliqué la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio y me remití al plan original de Dios, como hizo Jesús en ese mismo episodio, y comenté algunos de los peligros que amenazan la unidad del matrimonio.

Sin embargo, el señor que entró en la sacristía insistía: “Padre, usted no puede predicar acerca de lo que no conoce”, entonces yo le pregunté: “¿Por qué dice eso? ¿A qué se refiere?”, él me dijo: “Pues usted acaba de predicar acerca del matrimonio y sin embargo usted no es casado, ¿Cómo se atreve a hablar de lo que no conoce?”, yo le respondí: “Usted tiene razón, nadie puede hablar de lo que no conoce.

Ahora bien, para conocer una realidad hay varias formas, una de ellas es por experiencia en primera persona, otra por experiencia indirecta, es decir, por experiencia de terceros contada a uno, también a través del estudio y la profundización.

 Así pues, un sacerdote puede hablar de muchos temas no por experiencia en primera persona, pero sí por experiencia indirecta, y por el estudio y la profundización, por eso puede hablar del matrimonio, aunque nunca haya estado casado, pero ha adquirido un conocimiento profundo de la vida matrimonial.

A través de los matrimonios que ha atendido en su vida ministerial y que han acudido a él para contarle sus problemas;  igual que un médico puede hablar de todas las enfermedades, no porque las haya padecido todas, sino porque las ha estudiado y las ha visto en sus pacientes y sabe cómo curarlas”, entonces él me dijo: “Pues yo pienso que solo la pareja sabe lo que vive, y nadie puede opinar sobre la vida de los esposos, sino los esposos mismos, porque solo los esposos saben lo que cargan en su costal”.

Yo le dije: “Entiendo lo que usted quiere decir, pero cuando la Iglesia o los sacerdotes hablamos del matrimonio no queremos entrometernos en la vida íntima de la pareja o en su relación conyugal, sino más bien iluminar, con la ayuda de la Sagrada Escritura y de la Enseñanza de la Iglesia, las distintas situaciones que tienen que afrontar, solo buscamos dar luces a los esposos para que tengan clara la voluntad de Dios sobre el matrimonio y puedan solucionar sus problemas juntos”.

Entonces él me dijo: “Le agradezco mucho padre, disculpe que lo haya juzgado, pero es que no entendía cómo alguien que nunca ha vivido en un estado de vida pudiera opinar de él, pero ya entendí”.

Es un argumento falaz afirmar que una persona no puede hablar de un tema si nunca lo ha experimentado en carne propia, porque eso significaría que para que una persona pudiera hablar autorizadamente sobre el alcoholismo y la drogadicción debería haber sido adicto a las drogas o a las bebidas embriagantes, lo cual es absurdo; claro que se requiere un conocimiento profundo sobre el tema para poder hablar autorizadamente de él, pero ese conocimiento también lo pueden dar los estudios y la investigación.

Si aplicáramos el mismo criterio a la religión, una persona solo podría hablar válidamente del pecado y sus distintas formas, si hubiera cometido todos los pecados, lo cual es inadmisible, porque una persona puede hablarnos perfectamente de los varios pecados, no por experiencia de primera mano, sino porque ha estudiado y profundizado sobre el tema. Dejemos pues, que quienes conocen bien un tema, nos iluminen con su reflexión.

Que Dios los bendiga, nos leemos la próxima semana.

@arquimedios_gdl

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